¿Para qué sirve el paisaje?

por | 09 / 08 / 24 | Artículos

Si se inducía a los niños a chillar a la vista de una rosa, ello obedecía a una alta política económica. No mucho tiempo atrás (aproximadamente un siglo), los Gammas, los Deltas y hasta los Epsilones habían sido condicionados de modo que les gustaran las flores; las flores en particular, y la naturaleza salvaje en general. El propósito, entonces, estribaba en inducirles a salir al campo en toda oportunidad, con el fin de que consumieran transporte. ¿Y no consumían transporte? –preguntó el estudiante. Mucho –contestó el DIC–. Pero solo transporte. Las flores y los paisajes –explicó– tienen un grave defecto: son gratuitos.
Aldous Huxley (2014, p. 23)


En momentos donde el utilitarismo es el eje de nuestra cotidianeidad, y nos somete constantemente a tomar decisiones basadas en la propia supervivencia; en lapsos de atención digitados por la duración de videos de Tik Tok, o shorts de YouTube: ¿cuál es el lugar de aquello que sólo existe si se contempla, como es el paisaje?


¿Qué es el paisaje?

El paisaje no existe si no es a través de la mirada, dado que es una lectura, una interpretación de la realidad (Corbin, 1988). Su primera aparición se da en el relato que realiza el poeta italiano Petrarca sobre su ascenso al Mont Ventoux en Francia (1336 DC), destacando el placer estético del paseo y la vista que puede disfrutarse desde las alturas (Milani, 2006).  El vocablo “Paesaggio” (Roger, 2007), que alude a una porción de territorio que goce de particular belleza, se asocia a esta idea. De allí proviene el nacimiento del paisaje en occidente, directamente vinculado a la pintura. 

Entre fines del SXVIII y durante el SXIX, se abren dos líneas en la pintura de paisajes: lo pintoresco y lo sublime. En la primera son célebres las representaciones del pintor inglés John Constable que reflejan los paisajes ingleses no afectados por la revolución industrial, esencialmente los escenarios donde transcurría la cotidianeidad campestre.  Lo sublime, se vincula al placer estético de lo infinito, de lo inconmensurable, de la naturaleza en estado salvaje. Caspar David Friedrich, uno de los principales exponentes de esta línea, plasma en su obra una naturaleza grandiosa donde la figura humana juega un papel secundario, pequeño, hasta diminuto; se funde en el paisaje. 

Por cientos de años la idea de paisaje estuvo asociada a sitios de belleza singular, a imágenes merecedoras de ser retratadas. No va a ser hasta el siglo XIX, en el marco del desarrollo científico acaecido en Europa central, que emerja una concepción del paisaje entendido como realidad concreta, que se independiza de la percepción y las representaciones sociales y culturales; una concepción geográfica. Alexander Von Humboldt es reivindicado como el referente principal de esta nueva concepción, gracias a sus contribuciones para explicar de manera coherente y funcional la superficie terrestre (Bolos Capdevilla y Gómez Ortiz, 2009). En el SXX comienza a explorarse una nueva aproximación al paisaje, desde la geografía cultural, donde el componente vivencial empieza a ganar terreno: el paisaje visto como un territorio que producen las sociedades humanas con motivos políticos y culturales. Los antecedentes de esta concepción pueden encontrarse en el geógrafo Carl Sauer (1889-1975), quien a principios del siglo XX acuñó y desarrolló el término Paisaje Cultural, para referirse al impacto de los procesos de poblamiento sobre el medio natural en el carácter del paisaje. A mediados de siglo destaca el aporte de John Brinckerhoff Jackson (1909-1996), geógrafo cultural que basó sus estudios en la observación del territorio norteamericano, comenzando a asociar la idea de paisaje al entorno cotidiano: el paisaje no es sólo lo bello, lo pintoresco, lo sublime, el paisaje habla del esfuerzo humano por sostener una existencia digna en el mundo.

Vista del Cayambe, grabado por M. Bouquet a partir de un dibujo de Humboldt.

Durante la década de 1980 emerge con fuerza el proyecto de paisaje, una línea que conecta la práctica arquitectónica con las ciencias naturales. La creciente degradación ambiental, obliga a trascender las fronteras disciplinares y a incorporar dentro del proyecto urbano a la ecología, la topografía, la botánica. 

A fines del siglo XX, se da un giro epistemológico dentro de los estudios territoriales que posan la mirada en la categoría paisaje, para salvaguardar la identidad de los territorios afectados por los efectos del proceso de globalización. Aparecen nuevos artefactos como shoppings centers, barrios cerrados, edificios inteligentes, centros empresariales, parques temáticos, etc., asociados a modelos, prototipos y conductas que ya no responden a ninguna geografía en particular (De Mattos, 2024). De Mattos relaciona a estos elementos con la idea de “no lugares”, concepto acuñado por el antropólogo Marc Augé, que refiere a un sitio antagónico a la idea de lugar: carece de identidad, no es un espacio vincular, no tiene historia. 

La repetición de formas urbanas, el deterioro del patrimonio construido, y la degradación de las áreas verdes, centran la atención del urbanismo en el paisaje, como expresión del complejo vínculo que la sociedad establece con el territorio. El aumento de la conciencia ambiental junto a la necesidad de poner en valor el patrimonio local, hacen del paisaje un componente clave del urbanismo en palabras de Mata Olmo “como un elemento significativo del marco de vida cotidiano y del bienestar de la población” (Mata Olmo y Tarroja y Coscuela, 2006 p. 17)

En este marco, dentro del continente europeo han surgido entre fines del siglo XX y principios del siglo XXI estrategias de distinto tipo que articulan paisaje y ordenamiento del territorio, basadas en una concepción amplia del paisaje, entendido como un atributo perteneciente a cualquier parte del territorio, abarcando tanto a los paisajes destacados, como a aquellos cotidianos y/o degradados. 

Cada quien en su pecera

En el año 2000 el Consejo de Europa aprobó el Convenio Europeo del Paisaje, tratado internacional que asume en un sentido pleno la cuestión paisajística dentro del ordenamiento del territorio. Se define al paisaje como: “área, tal como la percibe la población, el carácter de la cual es resultado de la interacción de factores naturales y/o humanos” (Convención Europea del Paisaje, 2000, p. 2). De esta definición podemos concluir que para el SXXI el paisaje se interpreta como una realidad física en la que la percepción juega un papel esencial, y en la que siempre, siempre, se imbrican lo natural y lo humano, porque el paisaje “reúne objetividad y subjetividad, placer y necesidad, naturaleza y artificio” (Silvestri, 2024). 

A nivel mundial y con epicentro en el continente europeo, se han desarrollado estrategias e instrumentos para interpretar y proyectar al paisaje, que transitaron un camino que va desde las aproximaciones únicamente objetivas, cuantitativas y de carácter científico, hacia metodologías cada vez más preocupadas por recoger las percepciones de la población y, de esta manera, dar respuesta a las demandas sociales. El paisaje se ha consolidado paulatinamente como derecho social, plasmado en estrategias que también comenzaron a multiplicarse en Latinoamérica. Cabe mencionar a nivel regional la Iniciativa Latinoamericana del Paisaje (LALI por su sigla en inglés), y a nivel nacional, el Observatorio Mendocino del Paisaje, el Observatorio del Paisaje de Exaltación de la Cruz, el Observatorio del Paisaje Urbano de Córdoba y el Catálogo de Paisajes del Río Suquía, entre otras. La necesidad desde el ámbito científico, de un llamamiento a realizar esfuerzos de mayor escala para conservar la biósfera a fines de la década de 2010, reemplaza al concepto de cambio climático por crisis climática (Ripple et al., 2020). Once mil científicos y científicas han firmado un manifiesto en 2019 basado en evidencia clara de que el planeta Tierra enfrenta una emergencia climática. Los seres humanos desde la Revolución Industrial (fines del SXVIII) nos hemos convertido en una fuerza geológica tan poderosa como para darle nombre a una nueva época geológica:  el Antropoceno (Crutzen, 2002).

Inundaciones catastróficas en los puntos más remotos de la tierra, incendios forestales de grandes proporciones, olas de calor extremas, se han convertido en imágenes frecuentes del panorama internacional en los medios de comunicación. Nos convertimos en testigos de catástrofes que nos tienen como víctimas, pero también como partícipes necesarios. Bruno Latour, filósofo y antropólogo francés, quien ha dedicado buena parte de sus estudios a la filosofía del ambiente se preguntaba en este sentido: ¿Hay alguna manera de salvar la distancia entre la escala que tienen los fenómenos de los que oímos hablar y el minúsculo espacio dentro del cual somos testigos, como un pez en su pecera, del océano de catástrofes que supuestamente van a desatarse? (Latour, 2012, p.67). Latour agrega que esa distancia que hay entre nuestras preocupaciones y los grandes problemas ecológicos, es precisamente aquella que provoca ese sentimiento de sentirse pequeño ante la naturaleza, abrumado, envuelto, aquello que definimos como el sentimiento de lo “sublime”. Pero en el marco de la crisis climática lo sublime deja de ser un goce: no es posible mirar el mar sin pensar en la contaminación por plásticos, o contemplar los glaciares sin pensar en su desaparición: “¿Cómo sentir lo sublime cuando la culpa nos roe las entrañas? Y lo hace de una forma nueva, inesperada, porque yo no soy responsable, por supuesto, y tampoco usted, usted ni usted. Ninguno, de manera aislada, es responsable (Latour, 2012, p.69).

Obra del artista urbano Banksy ubicada en el bloque de viviendas de la calle Hornsey Road, en el barrio de Finsbury Park al norte de Londres. La obra se encuentra en una pared de cuatro pisos cerca de un proyecto de vivienda pública, junto a un cerezo real severamente podado. En la pared el artista estampó una pequeña figura humana sosteniendo una manguera a presión. Chorros de pintura verde en la pared sustituyen el follaje ausente del árbol.

¿Cómo podría la mirada del paisaje ayudar a salvar la distancia entre nuestra existencia y los grandes problemas ambientales, cuando cada vez se amplía más la brecha entre nuestra vida cotidiana y el entorno en el que vivimos?

En nuestros desplazamientos cotidianos prima la lógica de la velocidad, elegimos el camino más rápido entre el punto de partida y el punto de llegada sin tener en cuenta, por ejemplo, si es el camino más atractivo. Además, mientras nos desplazamos solemos tener la atención puesta en el teléfono móvil. Tendemos a mirar el mundo que nos rodea a través de lo que es o no “instagrameable”. Y las redes sociales son una ventana a un mundo mucho más amplio (y que puede ser mucho más atractivo) respecto al que nos rodea. 

La pandemia por COVID 19 volvió muy importantes las distancias. En los momentos más críticos se solicitaba mantener dos metros de distancia entre personas y desplazarse lo mínimo indispensable para realizar las actividades cotidianas. De hecho, en base a estos lineamientos, dentro de los círculos de planificación territorial comenzaron a circular propuestas como “la ciudad de 15 minutos”, o el “territorio de una hora y media”, dentro de un enfoque conocido como cronourbanismo, centrado en reducir los desplazamientos en las ciudades. El vagar, la deriva urbana, la ciudad del errar sin meta (Careri en Colafranceschi, 2010) se aleja cada vez más de nuestras prácticas cotidianas, aunque simultáneamente se multiplican las caminatas y bicicleteadas colectivas como expediciones de fin de semana: ¿Dónde ha quedado el tiempo para los recorridos espontáneos en el día a día? ¿Qué hay del asombro por descubrir nuevos lugares mientras caminamos por la ciudad en la que vivimos? ¿Cuáles son los paisajes que nos identifican? ¿Cuáles son los paisajes que deseamos habitar? 

Necesitamos hablar de paisaje

El paisaje fue por mucho tiempo patrimonio de selectos sectores del territorio y también de selectos sectores de la población. Para teorizar sobre el concepto se necesitaba expedicionar: tiempo, recursos económicos y también ser hombre, dado que el lugar de la mujer era el hogar. Hoy la idea de paisaje es mucho más democrática, y refiere a aquello que da marco a nuestra existencia en el mundo, el paisaje no es simplemente un marco natural, no es simplemente un marco estético, es un marco existencial: es tener derecho a  un  ambiente  accesible,  derecho  a  la  salud,  derecho  al  buen  vivir (Jean-Marc Besse en Rotger, 2024). 

La idea de paisaje también, nos permite tomar distancia del pensamiento antropocéntrico, dado que el paisaje es un medio viviente atravesado por muchos otros seres además de los humanos, y todos esos seres contribuyen en su conformación/fabricación. El paisaje es esencialmente un ensamble de formas animadas internamente por fuerzas de las cuales esas formas son expresiones móviles y transitorias, fuerzas y formas de todos los tipos, humanas y no humanas (Besse, 2021). En esta línea, Donna Haraway (2019) nos invita a generar parentescos ingeniosos e imaginar otras posibilidades del vivir-con y morir-con en este mundo en crisis, un paisaje-arácnido llamado Chthuluceno en que la humanidad se piensa en simbiosis con otros seres vivientes.  

“El paisaje  y  las  relaciones  que  tenemos  con  él,  son  el  espejo  de  la  organización  de  la  sociedad:  entonces  podemos  establecer una conexión entre las consecuencias sobre el paisaje y una manera de gobernar, de hacer política (…) Necesitamos  el  paisaje  para  vivir,  para  darle  un  sentido  a  nuestra  vida  cotidiana,  una  vida  normal,  no  una  vida  excepcional.  Y el paisaje tiene esta fuerza,  una  fuerza  humana,  una  fuerza  para  darle  sentido  a  la  vida” (Jean-Marc Besse en Rotger, 2024, p.4 )

Como hecho que relaciona naturaleza y cultura, el paisaje permite abordar el territorio desde una mirada integral.  Algunos de los beneficios de aplicar el paisaje en la planificación territorial son: permitir la visualización rápida de los conflictos naturaleza-sociedad; contribuir a la catalogación de especies animales y vegetales que habitan el paisaje en pos de su preservación; ayudar a reconocer las acciones antrópicas que atentan contra la preservación de sus condiciones paisajísticas, y regularlas; proponer acciones concretas que transformen paulatinamente las actividades potencialmente degradantes en opciones más armónicas con el medio;  y hacer posible el reconocimiento de las preocupaciones y valoraciones que los habitantes tienen sobre su paisaje cotidiano. 

La historia del paisaje es la historia de las miradas (Aliata y Silvestri, 2001), por ello todo proceso de puesta en valor del paisaje ha de ser participativo: “el paisaje puede ser una noción adecuada para captar la forma en que todas las personas comprenden y se insertan en el mundo material que los rodea” (Zusman, 2008). 

¿Existe una experiencia territorial más personal que la que nos ofrece el paisaje? ¿Hay una experiencia más expansiva de nuestra conciencia en el mundo que la de situarnos en nuestro lugar y poder imaginar escenarios de transformación? ¿Hay algo más democrático que proyectos e instrumentos de transformación del territorio que incorporen nuestras percepciones individuales? Gambino dijo en 2002 que no se salva el paisaje si no se salva el ‘país’; yo me atrevo a decir que tampoco se salva el país si no se salva el paisaje: nos urge tener una mirada atenta a la vida que nos rodea, ejercitarnos en la observación de las formas que dan vida a nuestra vida, pensarnos diariamente en el paisaje, como observadores y como factores de transformación. El paisaje no es únicamente el escenario donde disfrutamos de nuestro tiempo libre, es el marco de nuestra vida diaria, un marco lleno de señales visuales, sonoras, olfativas y táctiles, que nos hablan de lo que significa ser humano en esta tierra.


Bibliografía

Besse, J. M.  (2021) ¿Por qué seguimos necesitando paisajes? Lección inaugural Maestría en Estudios Humanísticos Cohorte 13. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=PR3b56nxSV0

Bolós Capdevilla,  M., Gómez Ortiz A. (2009). La Ciencia del paisaje.  En Busquets, J., y Cortina, A. (Eds.), Gestión del paisaje. Manual de protección, gestión y ordenación del paisaje. (pp 165-180) Barcelona, España: Ariel.

Colafranceschi, D. (2007). Landscape+ 100 palabras para habitarlo (Vol. 1). Barcelona:  Gustavo Gili.

Convención Europea Del Paisaje (2000) Convenio Europeo del Paisaje. Recuperado de  http://www.coe.int/ 

Corbin, Alain (1988) Le territoire du vide. Paris: Aubier. 

Crutzen, P. J. (2002, Noviembre). The “anthropocene”. Journal de physique IV (proceedings) (Vol. 12, No. 10, pp. 1-5). EDP sciences.

De Mattos, C. (2004). Globalización y urbanización en América Latina. Documento electrónico de The Inter-American Institutefor Global ChangeResearch.

Gambino, R. (2002). Maniere di intendere il paesaggio. En Clementi, A. (ed.). Interpretazioni di paesaggio, (pp. 54-72).  Roma: Meltemi editore. 

Haraway, D. J. (2019). Seguir con el problema: Generar parentesco en el Chthuluceno (Vol. 1). Consonni. 

Latour, B. (2012). Esperando a Gaia. Componer el mundo común mediante las artes y la política. Cuadernos de Otra parte. Revista de letras y artes26, 67-76.

Mata R. (2006). Un concepto de paisaje para la gestión sostenible del territorio. En Mata, R., y Tarroja, A. (coords.) El paisaje y la gestión del territorio. Criterios paisajísticos en la ordenación del territorio y el urbanismo. (pp 17-40). Barcelona: Editorial de la  Diputació Provincial de Barcelona.

Milani R. (2006). Estética del paisaje: formas, cánones, intencionalidad. En  Maderuelo, J. (Dir.) (2006).  Paisaje y Pensamiento. (pp 55-82). Madrid: Abada. 

Ripple, W., Wolf, C., Newsome, T., Barnard, P., Moomaw, W. (2020). World Scientists’ Warning of a Climate Emergency, BioScience, V. 70 n.1, pp. 8–12, https://doi.org/10.1093/biosci/biz088

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Silvestri, G., Aliata, F. (2001). El paisaje como cifra de armonía. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva Visión.

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Zusman P. (2008). Epílogo. Perspectivas críticas del paisaje en la cultura contemporánea. En Nogué, J. (Ed.) (2008) El paisaje en la cultura contemporánea. (pp.275-296) Madrid: Biblioteca Nueva.

Daniela Rotger

Arquitecta; magíster en paisaje, medioambiente y ciudad; y doctora en arquitectura y urbanismo por la Universidad Nacional de La Plata (2008, 2015 y 2017 respectivamente). Es investigadora adjunta en CONICET, y docente de grado en Planificación Territorial (FAU-UNLP). Su campo de estudio son las cuencas hidrográficas del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), desde el punto de vista del paisaje y del riesgo de inundación. Es autora del libro “El paisaje fluvial en el AMBA” (Prometeo, 2021).

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