DESENFOCARNOS II ¿Cómo encontrar en el paradigma niñxcéntrico respuestas a un sistema en colapso?

por | 19 / 09 / 24 | Artículos


Conectar

  • Connectere –latín
  • prefijo con– (entero, junto) nectare (anudar, enlazar)

En la adultez encontrarnos con tiempo disponible para el ocio o el descanso, es uno de los cuestionamientos que genera mayores tensiones en la dinámica social.
¿Qué importancia le damos al dejar de hacer?¿Por qué es tan efectiva la idea de que producir exige inevitablemente explotar(nos) al extremo? ¿Cómo desapegarnos del tiempo cronometrado sin culpabilizarnos por ello?

Detenernos para conectar(nos)

Vivir -y ya- es una de las experiencias que perdemos de vista a medida que crecemos, nos sobrecargamos de actividades y rutinas organizadas a modo de tetris, ni hablar si a eso debemos sumarle la articulación con otras piezas de la dinámica convivencial, ahí más que tetris todo se convierte en un juego de palitos chinos. ¿Es posible establecer una revisión de lo que implica educarnos, trabajar, profesionalizarnos y descansar, teniendo otras alternativas más respetuosas con el tiempo circadiano1 o el tiempo interno?

Desde estas líneas procuraremos interrogarnos y deslizar algunas sogas para pensar el autorescate contemplando nuestro mundo desde la perspectiva niñxcéntrica que tanto tiene para enseñarnos.

De cronómetros (in)visibles y otras yerbas

Para ilustrar cuán visible es el cronómetro que nos domina vamos a comenzar por el principio: el nacimiento. Gestación y nacimiento son momentos que tensionan entre la fisiología natural y la normativización de una sociedad capitalista y patriarcal. Allí, donde las instituciones y sus profesionales nos dificultan nacer con nuestros tiempos y formas.

Para aportar datos concretos, en Argentina la tasa de nacimientos por cesárea supera, actualmente el 40% en ámbitos públicos de las distintas provincias del país, mientras que en el ámbito privado eso es aún mayor. Cabe aclarar que la tasa ideal de partos mediante este tipo de intervenciones de acuerdo a la OMS (Organización Mundial de la Salud) debería oscilar entre el 10% y 15%. Esperar los tiempos naturales evitando el intervencionismo, no suele ser una opción cómoda o práctica para la vorágine de profesionales que necesitan el control sobre el evento que representa el nacimiento. Los partos llamados naturales, es decir vaginales, siguen siendo una posibilidad de privilegio o azarosa, dependiendo la perspectiva desde la cual observar(nos).

A partir de allí, nuestra vida comienza el derrotero para debatirse entre el tiempo de la institucionalización, la productividad y la competitividad -por un lado- y el tiempo propio, natural, intuitivo -por otro.

Así nos encontramos asignándole una magnitud específica del tiempo a todo. Con todo, nos referimos a TODO: la fisiología, lo cognitivo, lo lingüístico, lo motriz, lo corporal, lo hormonal, entre otros. Entendemos la importancia de prestar atención al desarrollo pero pensar las instancias de la vida como hitos, y no como procesos, hace que nos desconectemos de la importancia de la observación y el aprendizaje, que nos desconectemos profundamente de nuestros cuerpos y emociones y es, por eso mismo, que necesitamos encontrar equilibrio entre la vida en nuestro siglo, normativizada, organizada en la convivencia y actualizada, sin dejar de vernos a nosotrxs mismxs y nuestro entorno en esa dinámica de tiempo voraz. Porque ¿quién nos está corriendo para ir hacia dónde?

Ella es tan cargosa canta “La función del tiempo es no regresar pero tengo planes de ir a reclamar y me descuenten, de mis años la mitad” en la cortina de Soñé que volaba, programa de streaming del canal Olga. Cuando escuchamos ese tema con mi hijx de casi tres años, me replanteo nuevamente la velocidad a la que crecemos. Pero mientras escribo estas líneas pienso ¿es el crecimiento natural veloz o lo es la forma en que percibimos la noción del tiempo cuando el crecimiento de unx hijx está atravesado y mediado por la vorágine adulta?

En los parques de distintas ciudades con las plazas de Crucijuegos

Y sigo pensando y cuestionando ¿por qué una hora de atención plena en ese aquí y ahora diario para jugar, compartir un mate o una charla con unx amigx entrañable, disfrutar un almuerzo con abuelxs o simplemente caminar al aire libre, nos resulta tan complejo? ¿Todo lo tenemos que cronometrar? ¿Es (im)posible desconectarnos un día completo de dispositivos sin que nadie muera de ansiedad (propia o ajena)? ¿Es tan difícil destinar(nos) una hora de desconexión total de dispositivos y que nuestra mente se libere para encontrar con un momento de descanso, distensión, distracción, conexión cuerpo/palabra/silencio? Si lo hiciéramos para iniciar o finalizar el día ¿no sería mucho mejor química y hormonalmente incluso? Y digo una hora porque parece que para muchxs eso ya es un montón cuando en realidad equivale a un 4% de nuestro día.

Para que ese horizonte sea posible (el de desconectarnos), el tiempo disponible para conectar con el aquí y ahora es uno de los máximos pilares, el tiempo presente sin mirar hacia adelante. Que la vida es aquello que sucede mientras estamos mirando una pantalla es casi un hecho. Horas y horas se escurren mientras escribo este artículo y soy de las que toma notas en papel pero inevitablemente requiero del documento digital para agilizar escritura por lo tanto, las teclas son una falange más en cada mano.

El consumo de dispositivos -y esta vez no me refiero a la compra sino a los vínculos que establecemos con ellos- constituye una problemática global que está asociada a un sistema que parece mantenernos dentro o fuera de la vida.

Lo mencioné en mi artículo anterior, la vida ya no basta con ser y estar, sino con mostrar y comparar, acciones de por sí exigentes y un tanto hostiles -más aún si pensamos desde una perspectiva niñxcéntrica. Ahora bien, a raíz de estas últimas dos, parece que se ha habilitado una más que es la agresión o violencia en formato de comentarios (no solicitados por supuesto), instancia que pareciera no tener un marco regulatorio claro o un mínimo de acuerdo social (o al menos, no instalado de forma masiva, legislada y consensuada). Incluso, cuando estamos con infancias, por qué nos resulta más placentero obstaculizar con nuestros dispositivos para gatillar (sí, esta es la expresión que describe el impacto que logramos, a modo de interrupción en una escena natural de disfrute), en lugar de disfrutar el momento y dejarlo grabado en nuestros sentidos en órbita. Eventualmente obtener retratos de la vida cotidiana es plasmar para el recuerdo, pero cuando eso se vuelve parte de la rutina de dejar constancia de cada situación y, sobre todo, hacia el afuera demostrar que eso está sucediendo, a mí al menos me invita a cuestionarme que tanto disfruto de ese momento si la preocupación está más en el plano virtual que en el físico. Por otro lado, hay cada vez mayor información sobre el consumo de redes y las exposición de nuestras infancias, negar que somos parte de un mundo virtualizado no es el punto, sino buscar la reflexión sobre ello y pensar qué nos atrae de exponer a las infancias constantemente.

¿Qué quiero decir con esto? Que el cuidado principal de nuestro ambiente más próximo y por extensión a la totalidad de aquello que nos rodea es vital, contemplar sin registrar en dispositivos, disfrutar sin atender cronómetros, aburrirnos y encontrar estrategias para salir de ello desde lo analógico es un desafío. Vuelvo a expresar el deseo, de proponernos la reflexión acerca de las relaciones que llevamos con las personas, con otras especies, con la alimentación, con el juego, con los consumos. Porque allí reside la forma que elegimos para construir en armonía, con amor y respeto por lo diverso y singular. Es por eso que encontrar pequeños rituales cotidianos que nos mantengan alejadxs de dispositivos no sólo fortalecerá el vínculo con quienes convivimos sino también contribuirá a encontrarnos a nosotrxs mismxs, desacelerarnos, calmar ansiedades, volver a aquello que nos genera placer genuino y, probablemente, descansar mejor.

Barrio de duendes en la Casa del otro lado del árbol de Olavarria.

FOMO: fear of missing out (Miedo a quedarse afuera)

Siempre me movilizaron las frases o titulares del tipo “dejó todo para irse a vivir a x lugar” -aparentemente recóndito para la mirada metropolitana. Ahora ya no hablamos de lugares físicos sino virtuales, “decidió alejarse de las redes” o “elige no usar WhatsApp y prefiere las llamadas al modo tradicional”.

¿Qué significa dejar todo o cerrar las redes?

Qué tal si pensamos que no se deja o cierra -en términos de pérdida o desperdicio de oportunidades- sino que se elige dónde y cómo vivir. Pareciera que elegir y posicionarnos respecto a un modo de vida más austero, simple, lejos de la urbanidad o cerca de urbes pequeñas, lejos de la virtualidad y cerca de la corporeidad, es algo tan extraño/atípico/asombroso que muchas veces debe convertirse en noticia. No dejamos nada, cambiamos afortunadamente nuestro ritmo y nuestras prioridades porque algo tenemos claro -sobre todo en nuestro país que nos invita a rediseñarnos desde las crisis constantes en diversos planos-, la vida no es eso que pasa por la velocidad del tiempo que determina la jornada laboral de más de 40 horas semanales o las más de 15 horas semanales que transcurren entre traslados/transporte/esperas/pantallas o aquello que nos muestran las redes sobre el deber ser. Generalmente es cuestión de cambiar la perspectiva: ¿quién se pierde qué?

Se puede cambiar el ritmo, se pueden motorizar otras formas de vida, se puede pensar en desconectarnos de los dispositivos para conectarnos con la tierra, con personas, el mar, animales y plantas de una forma más genuina y consciente, podemos alejarnos de ese deber ser determinado por lógicas alienantes para simplemente ser, según nuestras necesidades y deseos. Si el ritmo es una fuerza determinada por una variable en el tiempo que requiere cierto movimiento, repetición, velocidad e intensidad ¿por qué no guiarnos por motores naturales, internos y emocionales?

Datita para el disconfort de nuestros lugares confortables

Un estudio global identificó en enero de este año, cuáles son los países con mayor cantidad de personas conectadas a internet. Esta lista tiene dentro de su top diez a cuatro países de Latinoamérica. El documento, llamado Digital 2024 Global Overview Report, recopiló datos de al menos 50 países y pudo identificar a Argentina en el quinto lugar luego de Sudáfrica, Brasil, Filipinas y Colombia, con un promedio de 8 horas y 41 minutos de conexión diario en distintos dispositivos en personas que tienen entre 16 y 64 años. El promedio mundial de este estudio ronda las 6 horas y 40 minutos, realmente alarmante y aún así, estamos 2 horas por encima de ello. Si a eso le sumamos que menos del 10% de la población vive en ámbitos rurales, quizás podamos empezar a hacer conexiones respecto a las dinámicas cotidianas en las que nos vemos sumergidos cual espiral sin fin, que cada vez nos tiene más atrapados con diversos consumos.

En el Taller Vida de @espaciodeaire, una experiencia para hacer huerta en familia

En parte la virtualidad tiene aspectos extraordinarios para la vida, poder comunicarnos, trabajar desde casa, informarnos, entretenernos, mirar pelis o series, pero su contracara es la alienación permanente del estar presentes aquí y ahora en cuerpo físico. En esto, nuestras infancias deben ser un norte al cual mirar. Mirarles de cerca, saberles reconocer la valentía de demandarnos cuerpo aún cuando internamente nos debatamos entre presencia y virtualidad. El formateo a la inversa, ese que nos enseña que mejor le demos un dispositivo nuestrxs peques para que se calmen, se emboben y se silencien, no solo es adultocentrista sino sumamente peligroso por el impacto negativo en el neurodesarrollo, la salud mental y la emocional.

¿Por qué tiene que ser más importante la determinación del tiempo de vida por el tiempo laboral adulto y no por el ritmo productivo de infantes y adolescencias? Está comprobado científicamente que la salida y puesta del sol son determinantes en la definición de los momentos en que nuestro cerebro y, por lo tanto, cuerpo/sentidos se activan o requieren descanso. ¿Por qué cuesta tanto darle prioridad? ¿Por qué incluso una gran parte de lxs profesionales de la salud hacen hincapié en el síntoma cuando consultamos por alguna dolencia o afección y no en nuestros hábitos (trabajo, descanso, alimentación)? Está claro que el mundo requiere productividad (no estamos discutiendo eso precisamente). Cuánta y a qué costo, para ganar qué u obtener qué a cambio. Y, por otro lado, para quiénes es productivo que nos sumerjamos tantísimo tiempo en nuestros dispositivos, ¿cuántas vidas vamos a salvar desde la conectividad?

El diablo sabe por diablo…

Hace un tiempo, tuve una conversación con un señor mayor de ochenta años, quien me comentaba con preocupación que toda su vida había tenido por objetivo el trabajo (sin descanso, casi sin tiempo para compartir en familia y sin tomarse vacaciones en más de 50 años de productividad). Me permití reflexionar con él, así como las generaciones nacidas al calor de las guerras contemplaron la necesidad del trabajo como horizonte fundamental para el sostén de la vida, perdiendo de vista ciertas instancias del disfrute en pos de consolidar rutinas y poder vivir con ciertas comodidades básicas garantizadas (comida y techo principalmente); las generaciones siguientes nos encontramos con la enorme tarea de ser competitivas frente a los escenarios laborales pero también -y fundamentalmente- en clave de pertenencia de clase, de allí que ya no es trabajar sino escalar, crecer, aumentar el caudal del capital heredado o generado.

Aquí hago un paréntesis importante. De lo anterior además, se desprende en paralelo una gran transformación vinculada a la incorporación de las mujeres al sistema productivo fuera del hogar. En este sentido, las conquistas para nosotras son enormes. Hoy las generaciones que atravesamos las instancias de productividad nos debatimos entre múltiples frentes: producir para vivir como mínimo, posicionarnos de forma competitiva en nuestro rubro, crecer dentro de nuestro ámbito laboral (eso implica aumentar jornada o disponibilidad), sostener una vida adulta (consumos de objetos o actividades), pensar múltiples formas de acrecentar el patrimonio (porque tener cada vez más es parte del devenir capitalista), disfrutar (si es que nos queda tiempo). Aunque hoy a todo eso se le suma la necesidad imperiosa de saber qué hacen otrxs y, por supuesto, mostrarnos, porque sino parece que no existimos. La exigencia para nosotras es múltiple porque tenemos que estar a la altura de ser mujeres, madres (cuánto pesa aún el mandato por sobre el deseo), amigas, hijas, hermanas, esposas, novias pero por sobre todo trabajadoras, profesionales, talentosas y responsables en modo pulpo y cubriendo todos los flancos desde la hiperconectividad. Aquí es donde nos preguntamos: ¿y nuestra salud mental dónde queda? Por supuesto que celebramos cada conquista feminista que estreche desigualdades pero para que eso esté consolidado como tal, nuestra carga mental y la exigencia sobre nuestras espaldas debiera estar acompañada de licencias justas, paridad en el reparto de tareas, salarios igualitarios, igualdad de oportunidades y todo sin (pre)juicios de valor, especulaciones y múltiples violencias en nuestros ámbitos laborales y personales.

Ese señor con quien yo hablé hace un tiempo supo reconocer (aunque para él ya fuera tarde) que no pudo disfrutar del crecimiento de sus hijxs, no como creía que lo hacía en su momento. Lo que no nos damos cuenta, las generaciones que le seguimos, es que si no empezamos a desconectarnos para tener mayor tiempo de conexión con el aire libre, el sol, la tierra, el pasto, el mar, el juego, el cuerpo, la respiración (sin usar cronómetro sino el tiempo libre de control), quizás -y con mucha suerte- lleguemos a esa misma edad con esas mismas reflexiones pero por otros motivos ya no laborales únicamente.

El tiempo de criar responsablemente es ahora, hablar de generaciones futuras es no hacernos cargo de la responsabilidad que tenemos hoy como adultxs en el cambio de perspectiva. Y vuelvo a la importancia de pensar la crianza colectiva en sentido amplio, como adultxs responsables de acompañar generaciones desde cualquier lugar más allá de mapaternar.

Con esto no me refiero a postergar nuestro desarrollo personal o profesional, sino a buscar un equilibrio que por sobre todo, contribuya a desconectarnos de dispositivos y volver a conectarnos entre nosotrxs. Desde este lugar, poner el foco en las infancias permite muchas veces volver a lo elemental, lo más básico para nuestro sentir humano, volver a nuestrxs niñxs internxs, quienes siempre nos proponen imaginar el juego de convertirnos en quienes deseamos ser.

  1. Ciclo natural de cambios físicos, mentales y de comportamiento que experimenta el cuerpo en un ciclo de 24 horas. Los ritmos circadianos se ven afectados principalmente por la luz y la oscuridad, y están controlados por un área pequeña en el medio del encéfalo. ↩︎

Luz Fernandez

Luz Fernández. Madre y Diseñadora Industrial viviendo entre dos ciudades: Tres Arroyos y La Plata. Docente, investigadora y extensionista en la UNLP y el ITB. Trabaja de forma independiente en el ámbito proyectual y de la investigación desde la curiosidad, la incomodidad y la acción reflexiva. En permanente deconstrucción desde una perspectiva niñxcéntrica y feminista.

Creative Commons CC BY-ND 4.0

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