DESENFOCARNOS I ¿Cómo encontrar en el paradigma niñxcéntrico respuestas a un sistema en colapso?

por | 25 / 02 / 24 | Artículos


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Esta es una invitación a incomodarnos desprejuiciada, curiosa, dinámica y amorosamente, para poder atravesar instancias como rituales cotidianos, juegos y celebraciones, desde una perspectiva niñxcéntrica que ponga la atención en tres dimensiones: lógicas de consumo, vínculos con el ambiente y la percepción/apropiación del tiempo.

Centrar el enfoque en infancias tiene como fin último repensar las configuraciones socioculturales -que hasta ahora han sido definidas desde un paradigma adultxcéntrico- para establecer un punto de partida inicial, en el recorrido de exploración sobre diversas temáticas que nos (pre)ocupan respecto a nuestras formas de relacionarnos y convivir con otrxs en un mismo ambiente con el que debemos armonizar, apostando a integrar una plataforma de reflexión con distintas texturas y densidades (técnica y poéticamente hablando) acerca de un sistema en colapso o, mejor dicho, de un colapso sistematizado.

Si bien centralizar es, en ocasiones, una problemática en sí misma, nos permitiremos aquí poner la atención en las infancias como una deuda que tenemos como sociedad occidental desde hace siglos.

Donald Norman, referente en investigación y psicología del diseño, ya en el siglo pasado nos invitaba a observar la cantidad de objetos con que interactuamos a diario y, por ese entonces, el número ascendía aproximadamente a veinte mil. Sin dudas, ese número en nuestra actualidad se ha multiplicado en función de la enorme cantidad de productos que nos rodean y configuran escenarios en materia de alimentación, higiene, indumentaria, artefactos, transporte, mobiliario, packaging, telecomunicaciones, juegos, entre otras múltiples áreas. Razón por la cual, invitarnos a volver la mirada a las infancias, no sólo es volver a pensarnos desde bases más simples e intuitivas, sino también más austeras, lo que significa que intentaremos desde este artículo, aproximarnos a las diferentes instancias en que nos relacionamos con nuestro entorno y por lo tanto, con otrxs -en el sentido antiespecista- a partir de la reflexión sobre el espiral de consumo en el que nos sumergimos a diario.

¿Cómo conectar la mirada niñxcéntrica con las lógicas de consumo en pos de generar una transformación genuina? Comprendiendo que es en el inicio del ciclo, tanto de la vida como del consumo, donde podemos establecer líneas de acción concretas para estrechar desigualdades y promover cambios estructurales para el cuidado y respeto por el ambiente. Y con esto, no nos referimos a dejar de trabajar sobre la promoción ambiental y el descarte en sus múltiples formas -condiciones prioritarias desde la gestión ambiental-, sino que, desde aquí, nos proponemos dar prioridad a la problematización sobre la forma en que cubrimos necesidades, deseos y expectativas en relación casi directa con múltiples productos para desentramar la red en la que nos vemos atrapadxs a diario.

Mafalda por Quino

No está de más aclarar, que no somos ingenuxs respecto al poder que tienen los Estados y los mercados en la definición de nuestras formas de vida, pero entendemos que ciertos mecanismos de resistencia y prácticas comunitarias, pueden generar transformaciones que operen como demandas, con la intención de conquistar más derechos. Tampoco pretendemos resignar algunas comodidades y mediaciones que mejoran notablemente nuestra calidad de vida. Lo que sí pretendemos es problematizar instancias de consumo porque estamos rodeadxs de tecnicismos y slogans, pero nuestras prácticas siguen teniendo enormes dificultades para ser verdaderamente sostenibles.

Iniciar desde el cuerpo: nuestra piel como medio y frontera.

Cuando nacemos desconocemos la inmensidad que nos rodea. La piel -el órgano más grande del cuerpo- se convierte en un medio de percepción extremadamente sensible en el que las temperaturas y las vibraciones son referencias de tiempo y espacio, fundamentales para pasar del placer al fastidio en cualquier escena de la vida.

Con el paso del tiempo, nuestra capacidad de percibir a través de la piel se contamina, alterándose la posibilidad del registro propio por el efecto de la mediación de otros agentes como indumentaria, accesorios y múltiples comodidades (la urbanización, los artefactos para regular la temperatura ambiente e incluso tratamientos dérmicos o cosméticos). Esta alteración es parte de una multiplicidad de devenires culturales pero también de determinaciones políticas, ambas esferas que condicionan (si no definen) nuestras formas de ser y sentir. De ser ante otrxs, de sentir con y a pesar de otrxs. Por eso volver la atención a las infancias nos garantiza la incomodidad de recuperar las raíces del sentir y del ser, genuinamente, sin ficciones, con nitidez, con la simpleza de estar en tiempo presente explorando otros cuerpos, texturas, temperaturas, dimensiones.

En los primeros meses de vida, el contacto piel con piel entre bebé y mapadres es una forma de abordar múltiples molestias vinculadas al abrigo, la regulación de emociones, el malestar digestivo, dificultades con el sueño, entre otras. ¿Cuántas veces pensamos que los pies descalzos o los cuerpos infantes con poco abrigo y al aire libre son sinónimo de resfrío, gripe u otras enfermedades? Está científicamente comprobado que los virus no ingresan por los pies al organismo pero, en cambio, dejar pies descalzos y libres favorece el desarrollo neurológico, nervioso, motriz y sensorial -tal como lo anticipan los estudios realizados a mediados del siglo pasado por la pediatra húngara, Emmi Pikler.

Existen así una infinidad de piezas con las que vamos cubriendo y ornamentando los cuerpos desde la iniciación al mundo. Si fueran enmarcadas en prácticas rituálicas la representación simbólica cobraría otro sentido, pero en nuestra sociedad, lo que define qué vestir es el resultado de lo que el mercado propone y determina en sintonía con la moda, en ocasiones casi en contradicción con la comodidad de bebés o niñxs, el contacto con su piel e incluso su desarrollo fisiológico. Entonces, lo que sí perdemos es la capacidad de percepción, es decir, el discernimiento entre una necesidad y aquello que no lo es, a partir de la ornamentación de los cuerpos casi a modo de blindaje. Sin desprestigiar la representación simbólica y poética que existe detrás del diseño de indumentaria, nuestra prioridad debiera ir en clave de acompañar al cuerpo en materia de abrigo y protección sin obstaculizar el movimiento.

Por otro lado, ¿podemos cuestionar el uso de textiles artificiales derivados del petróleo a la hora de elegir cómo vestirnos? Definitivamente podemos. Pero demonizar materiales per se, es un práctica reduccionista que le quita complejidad a las discusiones, el problema no radica en el qué sino en el cómo y para qué; en relación al uso de polímeros o plásticos, existen múltiples propiedades y características así como avances tecnológicos que, además, tienen años de investigación, generan crecimiento productivo y contribuyen socialmente. Eso no significa que no podamos cuestionar su implementación en una infinidad de piezas que, a diario o en segundos descartamos como, por ejemplo, en envases de un solo uso.

Ahora bien, como para casi todo en la vida es cuestión de construir algunos criterios para comprender mejor. Por ejemplo, en materia de calzado y para retomar la importancia de fortalecer ergonómicamente el desarrollo de los pies desde las infancias, no podemos negar que gracias a marcas de gran escala que apuestan a la investigación e innovación, hace décadas existen zapatillas de alta tecnología que abonan a nuestra salud postural y motriz. Cuestionemos sin dudas los modos de producción y los sistemas esclavizantes detrás de tal maquinaria productiva, pero también establezcamos puentes de reflexión sobre aquello que mejora nuestra calidad de vida, sobre todo a la hora de iniciar los consumos para las infancias.

Por eso es importante que a la hora de consumir cualquier producto para cualquier etapa de la vida, nos interroguemos en relación a lo que buscamos: la regla menos es más aplica perfectamente. Podemos comenzar por ¿qué estoy consumiendo? ¿de dónde viene? ¿de qué está hecho? ¿por qué elijo tal o cual producto/pieza/artefacto? ¿para qué lo necesito? ¿cuánto tiempo lo voy a utilizar o cuál es su vida útil? ¿se puede reparar, circular o al finalizar su uso se descarta por completo? ¿a quiénes estoy beneficiando con este consumo? Al principio esta catarata de interrogantes puede abrumar y no es la idea criminalizarnos por nuestros consumos, sino volvernos más conscientes.

Insistiremos en poner la mirada en las infancias, en lo que verdaderamente necesitan a diario, en lo que les conmueve sin mediación artificial, en una vuelta a la crianza comunitaria en el sentido de hacernos responsables social y culturalmente -más allá de la decisión específica y muy personal de mapaternar- para poner el foco en los consumos relevantes y así, poder iniciar un camino que nos quite el peso de acumular, mostrar y comparar para poder establecer una relación más armónica con el ambiente. Es empezar a mirar a las infancias en función de sus verdaderas necesidades y no las impuestas, es decir, ya no en materia objetual sino en términos de presencia y acompañamiento, desde lo fisiológico y lo emocional pero con atención en sus percepciones y el ritmo de tiempo que nos proponen, su tiempo, nuestro tiempo olvidado.

Y allí, solo allí, comprender que nos han obligado a escindir nuestra piel de nuestra capacidad de percibir, generando un blindaje entre lo externo y las profundidades de nuestra propia territorialidad, perdiendo capacidad de discernimiento y singularidad en un mundo que nos obliga a uniformarnos. Volver a conmovernos con lo simple es urgente y necesario, si pudiéramos por un rato entregar nuestra adultez contaminada al servicio de una infancia en exploración quizás recuperemos algunos recursos simples para huir de la vida que nos estresa de forma continua. Hagamos una pausa de cinco minutos por día para pisar el pasto con pies descalzos, pasar unos minutos observando un caracol o un cascarudo dejando su huella al paso, ver la luna atravesada por nubes en medio de la noche, escuchar a la naturaleza con las voces de las golondrinas, los gorriones, los truenos o las hojas crujiendo en otoño, disfrutar del agua del río o el mar sin importar el frío o el calor. Un ejercicio tan simple para nosotrxs puede demostrarnos que en lo más elemental podemos encontrar recursos para combatir la vorágine que nos abruma.

La incomodación: incomodarnos de la palabra a la acción.

Desde nuestro rol de ciudadanxs, resulta clave no sólo demandar políticas públicas en materia de regulación de los desechos que generan quienes producen (como la siempre obstaculizada Ley de Responsabilidad Extendida al Productor) o de abordar esquemas de recolección, tratamientos y comercialización de los residuos domiciliarios o de grandes generadores, sino también establecer con urgencia líneas de acción sobre las instancias de consumo cotidiano. Y en este sentido, es vital trabajar desde el poder de la educación y la información.

Consumir es parte de las dinámicas en las que nos vemos inmersos casi con naturalidad sin aparente poder de decisión. Las marcas despliegan todo su armamento para construir estrategias de acercamiento y complicidad con los grupos a los que apuntan, por eso es importante que podamos fortalecer nuestro conocimiento y desarrollar la empatía desde consumos más austeros al tiempo que conscientes.

En esta clave son fundamentales legislaciones que regulen, certifiquen, aporten datos, establezcan normativas beneficiosas para consumidorxs, tal como sucede con la Ley N°27.642 de Promoción de la Alimentación Saludable 1que apunta a acercar información directa desde el packaging de los comestibles que nos rodean, otro punto fundamental en las crianzas que pone en jaque nuestra relación con lo que comemos.

En otro sentido, certificaciones como el Sello de Buen Diseño Argentino, distinción que otorga la Secretaría de Industria y Desarrollo Productivo a los productos de la industria nacional que se destacan por su innovación, participación en la producción local sustentable, posicionamiento en el mercado y calidad de diseño; o el Sello CAME Sustentable, que es una certificación de procesos productivos creada por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa. Incluso las certificaciones en IRAM – ISO en distintos ámbitos apuntan a mejorar la calidad de la gestión, sistematización y generación de valor agregado desde una perspectiva que facilite, mejore y haga más segura la vida de las personas, tal como lo expresa el propio Instituto. Y esto solo por mencionar algunas cuestiones vinculadas al acceso a la información, aplicada directamente en cada pieza, en la que como consumidorxs podemos prestar atención.

Interrogarnos profundamente y buscar transformaciones concretas, evitando caer en respuestas rígidas, culpabilizaciones estériles y resultados binarios, además de preservar las infancias, es condición esencial para estrechar desigualdades y promover cambios estructurales: ¿Cómo hacer de esa vuelta al inicio una posibilidad de transformación real de estructuras que nos condicionan, oprimen y arrasan con nuestra humanidad?

Desarrollar líneas de reflexión crítica acerca de nuestras prácticas, con el fin de problematizar las desigualdades que nos atraviesan, nos permitirá dimensionar que no sólo son parte de un entramado sumamente complejo y poderoso en el que, probablemente no tengamos injerencia alguna; sino que, además, nos exige responsabilizarnos acerca de algunas transformaciones pequeñas que, en nuestra cotidianidad, puedan hacer la diferencia simplemente volviendo a mirarnos a nosotrxs mismxs siendo con otrxs. Con esto no nos referimos a acciones respecto al cuidado del ambiente como separar residuos, dejar de tirar papeles o colillas fuera del cesto, juntar tapitas, entre otras acciones que se van instalando cada vez más -y esperamos que definitivamente-, sino comprender que el mayor acto de descuidado que ejercemos es el del consumo de miles de productos diarios que son nocivos principalmente para nuestra salud y bienestar y, por consecuencia, para el ambiente.

Acompañar con la palabra que es nuestro lenguaje desarrollado, implica responsabilizarnos y darle valor a ellas, porque si hay algo que las infancias tienen claro es que lo que decimos y lo que hacemos debe estar sincronizado como una obviedad máxima, algo que vamos perdiendo con la configuración de nuestra adultez. Por lo tanto, si queremos llevar nuestro discurso de apuesta a un desarrollo sostenible a la práctica, es importante que nuestras prácticas discursivas y de acción sean coherentes entre sí. Horrorizarse o indignarse con la pobreza y no dimensionar que nuestras formas de consumo son causa de las desigualdades debido a la diferencia que marcan, lo que esconden detrás en términos de explotación de recursos, dominio de territorios, criminalización de pueblos o grupos sociales, es un tanto ingenuo -por no decir peligroso.

Poner en palabras en consonancia a nuestras acciones implica anticiparnos o verbalizar cada aprendizaje, atender interrogantes, disponernos con tiempo a la explicación y fortalecer la confianza desde el lenguaje, pilares fundamentales para la construcción ciudadana desde temprana edad. Si en lugar de pensar en obtener un producto y ya (como una mera transacción comercial de compra-venta), primeramente nos incomodáramos acerca de la necesidad de hacerlo parte de nuestro cúmulo de pertenencias, con qué fines está pensado, qué nos proporciona y qué habilita, podríamos desentramar innumerables estrategias para finalmente no hacerlo. Para profundizar un poco a qué nos referimos, vamos a establecer dos ejemplos concretos de forma propositiva en clave de alimentación y juego.

Detrás de los alimentos ultraprocesados (UP), prescindibles e innecesarios, cuyas estrategias de marketing están al servicio de persuasión de niñxs pero sobre todo de adultxs, a modo de objeto de culto y deseo, nos encontramos con uno de los más complejos consumos problemáticos. Iniciar desde las infancias la deconstrucción puede ser una gran estrategia. Por un lado, la promoción, contención y acompañamiento en la lactancia como fuente principal de nutrientes es una clave fundamental que debemos batallar aún con el mercado, la importancia de contar con acompañamiento de puericultoras y asesoras en lactancia es vital para quienes gestan, paren y crían. Tampoco es la idea ir en contra de los deseos de quienes no quieren amamantar, aquí estamos invitando a la reflexión sobre el inicio de nuestros hábitos alimenticios. Luego de los seis meses se inicia la alimentación complementaria y si bien parece más sencillo abrir un paquete, es importante volver a reflexionar sobre los nutrientes de los alimentos de base (frutas, verduras, legumbres y múltiples proteínas); el azúcar por ejemplo, no se recomienda hasta después de los 2 años (y aún así tampoco es necesaria). A veces todo es cuestión de organizarse y volver a dedicarle tiempo a nuestras necesidades más elementales.

Pero para no ponernos dogmáticxs, luego de esa primera etapa de la infancia más temprana, podemos pensar que si estamos disfrutando una tarde en la plaza o de vacaciones, existe la posibilidad de elegir tomarnos un buen helado artesanal en vasito de cucurucho en una heladería de barrio en lugar de comprar tres paquetes de galletitas en la semana, el valor invertido probablemente sea el mismo, pero la valoración por el disfrute completamente distinto y la forma en que nos relacionamos con lo dulce cambia diametralmente, porque no es el qué (producto) lo importante sino el plan (experiencia procesual) de ir a elegir, que nos lo preparen y destinarle un tiempo a tal encuentro con otrxs. Además de reducir los descartes al mínimo. Y con esto nos referimos justamente a aprender a darnos un gusto, sea golosina o comestible delicioso pero con otro tipo de vínculo gozoso y reconociendo una excepcionalidad en el consumo. Incluso reivindicar el rol de panaderías y pastelerías que usan muchísimos menos conservantes y aditivos, también es una estrategia a implementar para transformar los consumos comestibles.

Foto / Kamaji Ogino

En el plano del juego, como en el de la alimentación también tenemos muchas líneas para accionar. Jugar es una práctica fundamental para la vida y resulta que, cada vez con mayor prepotencia, se instalan objetos que median en la interacción del cuerpo y una acción. Cuando nos acercamos desde el respeto por lo fisiológico podemos darnos cuenta que minimizar los obstáculos favorece procesos cognitivos y comunicativos, ni hablar de conductuales. Así, el objeto juguete puede no ser lo importante sino la acción de jugar y es por eso que una hojita, una piedra, o una caja, los cucharones y las tapas de ollas o llaves son un objeto de culto para infancias que aún no establecieron el contacto con productos del mercado. El objetivo de jugar no tiene que ser el uso en sí mismo de un producto sino la propuesta que genera junto a las formas de hacerlo individual o colectivamente, estableciendo dinámicas imaginativas, participativas, de intercambio y no de competencia voraz. Para quienes son más grandes y ya interactúan con objetos de consumo masivo, nuevamente sin caer en dogmatismos, podemos establecer una diferenciación entre instancias de ritual como celebraciones de cumpleaños, día de las infancias, Navidad o Reyes, entre otras, de la directa relación con los regalos y así invitarnos a reflexionar. Con esto no nos referimos a dejar de vincularnos desde el regalo como práctica de intercambio simbólica completamente amorosa, sino correr tales instancias de lo objetual en sí mismo para recuperar la centralidad del hecho de compartir con otrxs, atender a su mensaje y a la historia de su devenir cultural en nuestra sociedad.

Foto / Luz Fernández

En esta clave, retomar el sentido de nuestros rituales y acciones, puede contribuir a reducir las desigualdades; si bien es inevitable incomodarnos y pensar qué es lo que nos perturba en ese vínculo con otrx -aquello que las infancias no registran completamente pero en la adultez se nos vuelve una presencia ineludible- es el primer obstáculo para abrazarnos en sociedad.

Gran parte de las desigualdades están asociadas a la falta de acceso y la posesión (y aún más, al mostrarnos y compararnos a partir de las materialidades), para equipararnos en función de reducir la competencia, fortalecer lazos de comunidad en nuestros territorios de forma desprejuiciada (tal como lo hacen lxs niñxs cuando encuentran a otrxs en una plaza y simplemente comparten el lenguaje del juego) y volver a conectar con nuestros tiempos de vida más primitivos, debemos también a dejar de consumir de forma inconsciente e indiscriminada plataformas, redes sociales, objetos que prontamente serán descartados, productos que no nos alimentan, esto no en el sentido absolutista, sino más bien en una toma de conciencia de cómo hacerlo y cuándo se vuelve necesario o un deseo genuino. Porque la colonización de nuestros deseos es algo que debemos problematizar para reparar(nos).

Con todo esto proponemos configurar recorridos concretos en nuestra cotidianidad desde una mirada más noble con con nosotrxs mismxs y nuestro ambiente. Podemos ver que existen diversas estrategias para reflexionar, planificar y ejecutar acciones de cuidado pero casi ninguna de ellas pone la atención en la austeridad del consumo sino más bien que se alimenta de publicidades, sponsoreos y un estímulo a atender consecuencias y no causas lo que dificulta el discernimiento entre acciones eficientes del famoso greenwashing (estrategia de marketing verde que tiene como fin generar campañas discursivamente respetuosas del ambiente aunque en contradicción con los verdaderos intereses o intenciones).

Quizás esta maraña de reflexiones deje en nosotrxs, más inquietudes que certezas, es la idea realmente. Nuestra intención es invitarnos a la observación -concienzuda y con todos los sentidos disponibles- de nuestra cotidianidad y a despojarnos de aquello que configura prácticas que nos alejan de nuestras pieles originales, como un desafío para acompañar respetuosamente a las infancias que comienzan a habitar el mundo. Ir hacia adentro, individual y colectivamente, es nuestra salida del colapso. Realizarlo junto a las infancias es una aventura sin límites.

Imagen de portada Markus Spiske

  1. https://www.boletinoficial.gob.ar/detalleAviso/primera/259690/20220323 ↩︎

Luz Fernandez

Luz Fernández. Madre y Diseñadora Industrial viviendo entre dos ciudades: Tres Arroyos y La Plata. Docente, investigadora y extensionista en la UNLP y el ITB. Trabaja de forma independiente en el ámbito proyectual y de la investigación desde la curiosidad, la incomodidad y la acción reflexiva. En permanente deconstrucción desde una perspectiva niñxcéntrica y feminista.

Creative Commons CC BY-ND 4.0

1 Comentario

  1. Sabrina

    Te admiro tanto como se puede, gracias por invitar a la reflexión colectiva

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