En la utopía de ayer se incubó la realidad de hoy,
así como en la utopía de mañana palpitaran nuevas realidades”.
José Ingenieros
El paso de un siglo a otro puede ser una fuente de inspiración tanto para la literatura de ciencia ficción como para las teorías conspirativas. En el 2000 clausurábamos el siglo XX con una oveja clonada y afrontábamos el XXI con la amenaza de que las computadoras volarían por los aires una vez que el reloj marcara las 00:01 (Y2K).
Por esos tiempos, un artículo publicado en la revista Science y otro en la revista Nature anunciaban el primer borrador del Mapa del Genoma Humano, un proyecto en el que se venía trabajando hace muchos años. “Hoy estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida», dijo Bill Clinton, por entonces presidente de los Estados Unidos.
Un joven argentino terminaba el secundario en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, y, a pesar del presente turbulento que vivía el país, se animaba a pensar en un futuro profesional con el arrojo característico de un adolescente que proyecta una nueva etapa en su vida. La noticia del Genoma Humano cambiaría su decisión de estudiar arquitectura para inclinarse por la biotecnología.
Federico Ariel nació en la Ciudad de Buenos Aires, se mudó a los 11 años a Paraná donde desarrolló gran parte de su trayecto académico hasta convertirse en licenciado en Biotecnología. En Santa Fe se doctoró en Biología Molecular de Plantas. Vivió en Francia seis años donde realizó el posdoctorado. En 2016 volvió al punto de partida: Argentina. No fue cualquier regreso, lo hizo como científico repatriado a través del programa Raíces.
Una secuencia de videollamadas por Google Meet completa la mañana del lunes. Además, ahora es empresario. Lo reconoce con una mezcla de pudor y orgullo.
_ ¿Cómo fue ese camino que te llevó a convertirte en biotecnólogo?
Siempre hice ciencia básica. Es típico que la gente te pregunte para qué hace uno lo que hace. Es difícil responder cuando uno hace ciencia básica. Más le debe costar a un antropólogo o alguien que hace historia de Grecia, pero igual hay que defender a todas las áreas de la ciencia.
Federico Ariel, científico e investigador del Conicet y co fundador de Apolo Biotech
Siempre dije lo mismo: que en realidad necesitamos entender lo que cuidamos. No podemos diseñar estrategias de agricultura sustentable si desconocemos cómo las plantas se relacionan con el ambiente. Entonces uno estudiaba cómo las plantas se relacionaban con el ambiente. Nunca creí que estaba haciendo tecnología, estaba convencido de que hacía ciencias básicas. Después del doctorado me fui seis años a Francia donde empecé a trabajar en lo que es Biología y Bioquímica del ARN en plantas.
Un paréntesis al respecto de esto. El ARN es la molécula intermediaria entre el ADN y las proteínas. El ADN tiene la información genética, se copia a ARN y ese ARN se traduce en proteínas. Por eso hablamos de mensajero. Habrán escuchado hablar de las vacunas de ARN mensajero porque es el mensaje que se copia del ADN para ser traducido en proteínas.
En aquella época se empezó a entender que las plantas eran capaces de absorber ARN y en el laboratorio en Francia tuvimos la intención de ver si podíamos tirarle a las plantas esos ARN que nosotros estudiamos para ver si tenían algún efecto, pero a nivel ciencia, era para entender la función de los ARN. Eso no funcionó porque para hacer aplicaciones de ARN hace falta desarrollar nanotecnología, que es para estabilizar los ARN. De hecho las vacunas de ARN son «carriers» o vehículos lipídicos que estabilizan el ARN, sino el ARN se degrada totalmente. Ahí me encontré con que la nanotecnología en Europa está muy dedicada a la industria farmacéutica que mueve muchísima más plata y en un continente que no es necesariamente muy fuerte en lo agrícola. Intenté relacionarme con grupos de la industria farmacéutica y no funcionó, así que abandoné ese tema y seguí con mi carrera científica.
Argentina tenía una ley de promoción de la nanotecnología, en 2005 se creó la Fundación Argentina de Nanotecnología, y, al ser un país agrícola, hay mucha gente que trabaja en nanotecnología para la agricultura. Cuando volví en 2016, me convencí de que deberíamos retomar este tema, partir de la pregunta: ¿puedo comunicarme con las plantas, sí o no?
En un momento en el año 2020, durante la gestión de Roberto Salvarezza en el Ministerio de Ciencia, hubo una convocatoria de Ciencia y Tecnología contra el Hambre. Ofrecían mucho dinero para proyectos de un año que debían tener un impacto real en la producción de alimentos o en la calidad de los alimentos. Los proyectos fueron súper diversos. Nosotros propusimos ver si podíamos comunicarnos con las plantas usando ARN.
Propusimos trabajar con tomate y ver si la información que les podíamos dar a las plantas sobre el genoma de los patógenos les servía para que se pudieran defender. Nos dieron el subsidio, lo probamos, probamos muchas cosas, creamos una red con bioinformáticos y nanotecnólogos, se armó algo gigante en Argentina y ¡funcionó! En menos de un año funcionó. Realmente, cuando en Argentina te dan dinero suficiente, la verdad que las capacidades científicas son extraordinarias, los chicos de laboratorio están súper bien formados, es un lujo. Lo único que necesitábamos era guita para laburar.
Viendo los resultados positivos entré en un dilema: ¿Podemos comunicarnos con las plantas? Sí, podemos comunicarnos con las plantas. Entonces ¿qué hacemos con esto? Pedí una reunión con CONICET y con el Ministerio. Con CONICET porque eran mis empleadores y con el Ministerio porque eran quienes habían financiado este proyecto, que era realmente mucha plata, me dieron en ese momento U$D 160.000 para un año, cuando generalmente un subsidio en Argentina es de U$D 3.000 por año. O sea, realmente era mucho dinero, pero bueno, de otra manera no habríamos sido capaces de probar esto, así que valió la pena.
Apolo Biotech desarrolla tecnologías basadas en ARNs tendientes a potenciar la productividad de manera respetuosa del ambiente y la salud humana.
Con la gente de CONICET y el Ministerio analizamos las posibilidades que teníamos, una de ellas era patentarlo y licenciarlo a una empresa. La tecnología del ARN existe en la industria farmacéutica, Pfizer y Moderna son las dos únicas empresas capaces de hacer ARN para vacunas de todo el mundo. En agricultura todavía no existía nada. Además, en Argentina no hay empresas que tengan grandes capacidades. Sí, Multinacionales. Pero ahí yo dije: “Si ustedes me dicen que yo le licencie esto a una Multinacional, yo renuncio”. Trabajo para el Estado argentino, me dieron un montón de guita para hacer estos experimentos, sale bien, es conocimiento de mis becarios y todo el laburo que hicimos, ¿se lo vamos a licenciar a una multinacional? Yo dije no lo quiero hacer y si esa es la única manera, no sé qué estamos haciendo. Estuvieron de acuerdo. Hoy no sé qué me dirían.
Pero estuvieron de acuerdo y dijeron si no hay capacidades generemos las capacidades y generar las capacidades era armar una empresa nueva. Quién era en ese momento gerente de Vinculación Tecnológica de CONICET, Sergio Romano, me dio, tal vez el mejor de los consejos que me han dado en este en este camino, que fue: “armá una empresa, CONICET te va a apoyar, pero buscate un socio que sepa de negocios porque te van a comer crudo”, y tenía mucha razón, así que hice eso. Busqué un socio que supiera de negocios, armé una empresa, CONICET la respaldó y la Universidad Nacional del Litoral también.
Hoy sabemos que funciona para un montón de patógenos, tenemos ensayos de campo que muestran que podemos reemplazar químicos sintéticos por información. Podemos vacunar las plantas haciendo spray de ARN estabilizado súper específico, inocuo con el ambiente, respetuoso de la salud humana… Es una maravilla y ¡funciona muy bien!
_ Ya que lo mencionás ¿podés enumerar esas diferencias con los pesticidas que se suelen utilizar?
Hablemos sobre todo de fungicidas que son en los que nosotros estamos más focalizados. En la agricultura se usan químicos que controlan al hongo patógeno. El debate está en la forma en que producimos. Hoy, produciendo de esta manera, necesitás químicos. He hablado con gente de la UTT que te dicen “para nosotros la agroecología es algo preventivo”, ahora aparece el hongo, tenemos que poner algo porque la sustentabilidad de la agricultura incluye que el productor pueda vivir de lo que produce. Es decir, matar de hambre al pequeño productor porque no usamos el agroquímico tampoco es la solución.
El químico que se usa en general ataca al patógeno, controla el patógeno pero mata un montón de cosas, mata a otros hongos que son benéficos, mata otros microorganismos que no tienen nada que ver y que generan ese balance en la agricultura, mata polinizadores, etc. Todos somos conscientes de que hay menos mariposas, menos abejas, menos bichitos de luz en el campo, menos todo, y tenemos tres actores sociales que están en contacto con esos químicos sobre todo cuando hablamos de nuestra comida: la persona que aplica esos químicos, los vecinos, porque en general las verduras en Argentina se producen en cordones periurbanos entonces hay una proximidad con la gente que vive ahí, y tercero los consumidores, o sea, estamos comiendo un desastre. Por ejemplo las frutillas argentinas no se pueden exportar por la cantidad de químicos que tienen. En Argentina no lo miramos, lo pasamos por arriba, pero no lo podemos exportar. Si Argentina reemplazará los pesticidas químicos por algo que no deje residuos podríamos exportar más.
_ ¿No tiene contraindicaciones o efectos secundarios? ¿Para el suelo, por ejemplo?
El ARN se termina degradando muy rápidamente. Lo que hacemos es extenderle un poco la vida para que con estos carriers que usamos, estos vehículos, la planta lo pueda absorber. La analogía de las vacunas es muy certera. Si uno está vacunado con la antitetánica y te pinchas con un rosal, ni te preocupas, ni te enteras, y es muy probable que estés en contacto con la bacteria del tétanos. Están en la tierra, en las espinas y no pasa absolutamente nada porque tu cuerpo tiene los anticuerpos necesarios para bloquear la infección. Ahora, si te agarraste tétanos y no estás vacunada, tenés que tomar un montón de antibióticos, sino, te morís. Los antibióticos, en agricultura serían los agroquímicos. En cambio, si la planta tiene las defensas, se defiende, no necesitas ponerle nada.
_ ¿Pero entonces esto se aplica de manera preventiva?
Es una excelente pregunta. Lo que funciona mejor es usarlo de manera preventiva. Eso implica cambiar las costumbres, que es lo más difícil, porque los agrónomos en general aplican productos cuando ven síntomas de la enfermedad. Sí, funciona, y evitamos que se disperse la enfermedad en un invernadero, en un campo. Pero tenemos demostrado, que si lo ponemos antes, funciona mejor y siempre les digo lo mismo: uno no se vacuna contra el SARS COV2 cuando tenés covid, te vacunas antes para prevenirlo, entonces eso es un cambio de paradigma de cómo protegemos los cultivos, y la forma de entrar ahí en ese mercado va a ser básicamente mostrando que es mejor.
_ ¿De dónde viene tu interés por la biotecnología enfocada en la agricultura?
Más que por la agricultura en general por las plantas. Es algo más personal, viene de mi relación con mi abuela, que falleció hace un par de años. Hace poco me encontré con un amigo que también hace Biología Molecular de Plantas y me dijo algo muy similar: “lo que sé de plantas lo sé por mi abuela”. Y es posta. Recuerdo hacer una huerta con ella, incluso las plantas que hoy tengo en mi casa me las regaló ella, me enseñó a cuidarlas. Yo no te diferencio un pino de una palmera, yo sé qué genes se expresan cuando la planta está floreciendo. Lo que sé de plantas o el interés que tengo por las plantas es totalmente personal y familiar. Eso hizo que, cuando tuve que hacer mi trabajo final en la universidad y elegir un tema de doctorado, me vuelque más por las plantas que por trabajar con animales.
_ ¿Qué es Apolo Biotech?
Apolo es una startup. Su razón de ser, digamos, su objetivo comercial o de mercado tiene un componente de innovación científica muy fuerte. También es un spin off, porque es una startup que surge de un laboratorio de investigación, lo que en inglés se conoce como University spin off, o sea, es una una startup que nace de un laboratorio público a partir de un desarrollo científico innovador.
La propiedad intelectual que yo genero es de CONICET, pero tengo el derecho a licenciar de manera exclusiva a Apolo. Somos más de 30 personas, 4 son investigadores de CONICET que pusieron lugar de trabajo en Apolo. Más de la mitad de las personas que trabajamos tenemos un doctorado finalizado, estamos hablando de una empresa que tiene un capital humano enorme. Así que ¿qué es Apolo? Apolo es un nuevo actor en el ecosistema científico tecnológico argentino, una plataforma para modular genes en plantas y patógenos de manera no transgénica para intentar generar herramientas de agricultura sustentable, sobre todo en este contexto donde hay cada vez más pestes y donde hay cambios del ambiente muy bruscos.
Planta de ARN de Apolo Biotech en Santa Fe, primera en América Latina.
Tenemos una relación muy intrínseca entre la empresa y mi laboratorio de CONICET. Ya sabemos cómo controlar patógenos, eso está en manos de la empresa, y en el laboratorio científico, a lo que más estamos dedicados es a ver cómo mitigar el impacto, por ejemplo, de picos de temperatura muy altos o muy bajos que son cada vez más recurrentes en un contexto de cambio climático, sequía o salinidad de los suelos comunicándonos con las plantas. Diciéndoles che, está por venir una ola de calor, reacciona ante ese tipo de cosas.
_ Tenés una manera muy particular de contar lo que hacés, hablás de “comunicarse” con las plantas, de “comprenderlas”…
Consumo mucha literatura y entiendo que incluso en la ciencia es muy importante, y eso no lo subestimo para nada, el cómo uno cuenta las historias. Yo creo que con los mismos resultados uno puede contar algo seco que no le interesa a nadie que lo vas a publicar una revista muy mala, o podes contar una historia y atrapar desde la forma en que la redactas, y que finalmente se pueda publicar en una revista muy buena con mucho alcance internacional. Creo que la forma en que se cuenta lo que se hace es importante. Si me sale bien, maravilloso.
Justamente ahí atrás tengo el Guernica, y no es por cualquier cosa que tengo el Guernica, es el ejemplo artístico de que la ciencia y la tecnología pueden usarse para destrozar la humanidad, no es que elegí cualquier cuadro para la oficina del laboratorio. Uno tiene una responsabilidad social como científico y es por algo que me gusta hacer entrevistas y poder charlar con ustedes.
_ Hace unos días participé de un conversatorio sobre Comunicación y Ciencia, en el marco del Encuentro de Becaries de la UNLP, y Alejandro Armentia, Director de Publicaciones y Contenidos Especiales de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) dijo que “la ciencia que no se comunica no existe”.
Tiene bastante de cierto. Creo que hay circuitos establecidos del conocimiento que son formales, que tienen su propia jerga y no hay que abandonarlos. Yo no puedo como científico descubrir algo o demostrar algo y salir a contarlo por los medios de comunicación. Necesito la validación de mi comunidad científica. Entonces yo creo que no hay que menospreciar ninguna de las dos dimensiones de comunicación, la del conocimiento por un lado, los circuitos formales hay que respetarlos y mantenerlos; pero también comunicar con la sociedad que básicamente son los beneficiarios de todo lo que uno hace.
_ ¿Este producto ya se está produciendo?
Produciendo sí, vendiendo no. Vendiendo no porque lo que falta es pasar por las agencias regulatorias. La palabra ARN existe en ANMAT por las vacunas, pero no existe en Senasa que es quien regula los productos para la agricultura. El gran problema es que al no existir la palabra ARN no está clasificado.
El primer producto regulado para ARN en la agricultura en Estados Unidos es un insecticida, o sea que podemos llegar a tener el primer fungicida en el mundo. Nos hubiera encantado ser el primer producto en ARN, si ya nos hubieran respondido sobre su clasificación…
_ ¿Qué expectativas tienen en un contexto como en el que estamos, donde el gobierno nacional no tiene como prioridad ni a la ciencia ni a la tecnología, y mucho menos en el medio ambiente?
Es cierto lo que estás diciendo, de hecho Senasa también está sufriendo los recortes del Estado nacional. Habíamos generado en 2023 una comisión CONICET/Senasa en donde empezaron a no responder y de repente habían echado a la gente que estaba en esa Comisión. Sin embargo sí estamos teniendo compromiso de los gobiernos de la provincia de Santa Fe y la provincia de Buenos Aires, están muy interesados en nuestros desarrollos, eso también es cierto. Gobiernos de distinto color político a los que les interesa genuinamente. Nos hemos reunido con ellos, estamos haciendo ensayos en Gorina, cerca de la Plata. Incluso el presidente del Senasa se ha reunido ahora con nosotros y él expresó su interés en esto. El apoyo que necesitamos es de las agencias regulatorias y de los gobiernos, obviamente del gobierno nacional no lo voy a esperar, pero sí de los gobiernos provinciales, yo creo que hay interés. Frutillas, por ejemplo es un producto de Santa Fe, la ciudad de Coronda es el gran productor de frutillas de Argentina. Multiplicar la producción para exportar una gran parte y no solamente satisfacer el mercado interno sería un golazo para la provincia.
_ Leyendo sobre Apolo Biotech me encontré con el Polo Tecnológico del Litoral Centro (PTLC), que si bien tiene sus años, para el resto del país, creo que es una experiencia bastante novedosa. Contanos de qué se trata y cómo trabajan ustedes ahí, cómo se insertan en esa estructura del parque tecnológico.
Es un lugar muy pionero, la Universidad Nacional de Litoral, es muy pionera en transferencia tecnológica, de hecho es una universidad relativamente chica si comparamos con la UBA o la Universidad Nacional de Córdoba o incluso de Rosario, es una de las más antiguas, pero es la primera en cantidad de patentes, tiene más patentes que la UBA, más patentes que la UNSAM que tiene una trayectoria muy potente en ese sentido.
Parque Tecnológico Litoral Centro (PTLC)
Y el Parque Tecnológico Litoral Centro (PTLC) es una experiencia muy interesante. Es un consorcio constituido entre CONICET, Universidad Nacional del Litoral, provincia de Santa Fe, Municipio de Santa Fe y Municipio de Paraná. Es un lugar impresionante porque tenés institutos de CONICET en un predio al lado de la Universidad Nacional del Litoral, donde tenés empresas del tamaño de Apolo, que empezamos siendo 2 y hoy somos 30, hasta empresas que exportan decenas de millones de dólares anuales, a tal punto que Santa Fe siendo y una provincia terriblemente agrícola, tenés el puerto Rosario, tenés la soja y demás y sin embargo el primer destino de exportación durante muchos años fue Bélgica en volumen de dinero por empresas que están en el parque tecnológico que exportan insumos para industrias farmacéuticas. O sea que el valor agregado que tiene ese parque tecnológico es impresionante. Y después obviamente está el debate de hasta qué tamaño de empresas tiene que haber. Si estamos incubando, si tienen que ser muy grandes y demás. Yo como usuario incubado del Parque Tecnológico tengo que asumir que a nosotros nos sirve que haya empresas grandes, genera masa crítica, genera recursos que si necesitás un aparato o se nos rompe algo ¿quién lo tiene?, la empresa más grande.
_ Para cerrar, ¿cómo te imaginas Apolo de acá a 10 años?
A nivel industrial me imagino que vamos a tener que pasar una ronda de inversión pronto. Nuestro objetivo es pasar de la escala piloto a una escala industrial, vamos a tener que hacer una fábrica de ARN y hacer una fábrica de ARN es un montón. La piloto es la primera de América Latina, la industrial puede llegar a ser la primera del mundo para el agro. Queremos hacerlo en Argentina, claramente.
Lo que estamos haciendo en el campo, hace 10 años era ciencia ficción, no tenía ningún sentido tirar ARN en el campo y que podamos generar una respuesta. Hoy es una realidad.
Cuando nos dieron el subsidio de Ciencia y Tecnología contra el Hambre, obviamente hubo una evaluación, fue un proyecto de 80 páginas, un consorcio de cinco laboratorios en Argentina. Lo presentamos a principios de la pandemia, no existían ni las vacunas de ARN, todavía. Uno de los colegas que nos evaluó dijo “ok, me parece que está bien financiarlo, pero es una utopía tirar ARN en el campo, no tiene sentido el costo”.
Después vino la pandemia, el ARN se convirtió en la molécula central de la biotecnología del siglo XXI, se generó una industria que nos encontró trabajando en ARN en plantas hace 15 años, empezó a bajar el costo de todos los insumos, y ahí, con los fondos del BID y de la Agencia de Promoción Científica montamos la planta y produjimos todos nuestros insumos sustituyendo importaciones. Se alinearon ciertas cosas con nuestras ganas laburar y pusimos todo a rodar. Hoy nuestros productos podrían ser totalmente competitivos con un químico.
Por más ciencia ficción que parezca, yo creo que tarde o temprano lo vamos a lograr. Así que de acá a 10 años lo veo así: con una fábrica y con productos más diversos para poder sostener la productividad en un contexto de cambio climático.
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