¿Quién dice qué es vivir bien?

por | 08 / 01 / 24 | Artículos

“Las 20 mejores ciudades del mundo”, “El top 10 de las mejores ciudades”, “Conozca las mejores ciudades para vivir”, son algunos de los titulares que replican cada año la mayoría de los medios, y que reciben millones de clics de lectores ávidxs de podios.

Se trata de estudios realizados por agencias globales como Resonance Consultancy, Mercer o la revista Monocle que, a través de distintas metodologías cuantitativas y cualitativas, miden la calidad de vida de un núcleo de ciudades en función de diferentes aspectos como el entorno económico, el ambiente sociocultural, el acceso a salud, a la educación, a los servicios públicos, entre otros.

Uno de los informes más replicados es el de la agencia británica Economist Intelligence Unit (EIU) de la revista The Economist, que se conoce como “Global Liveability Index”. Estudia las características de 173 ciudades diferenciando cinco categorías: estabilidad, atención sanitaria, cultura y medio ambiente, educación e infraestructuras. Por ejemplo, el último ranking que se publicó en junio de 2023, arrojó a la ciudad de Viena, Austria, como la más habitable del mundo (así viene siendo desde hace varias ediciones). En este último estudio se incluyen variantes coyunturales que evalúan la recuperación post pandemia y el nivel en que se vieron afectados ciertos territorios por la guerra en Ucrania.

En el detalle del informe hay un dato que ningún medio menciona, pues le escapa a la cuestión meramente competitiva e individualista. Paradójicamente, se trata de un dato muy valioso: el puntaje promedio entre las 173 ciudades es el más alto en los últimos 15 años, es decir que, haciendo una gran generalización, se podría concluir que la calidad de vida ha mejorado, al menos en lo que respecta a los tópico considerados. El número creció de 73.2 a 76.2 sobre 100, entre el 2022 y el 2023.

Otra cuestión importante que se evade en cada nota de cada medio que decide compartir estas métricas tiene que ver con un dato estructural que no se pone en cuestión. Dice textualmente:

“Nuestro rating de habitabilidad cuantifica los desafíos que podrían presentarse al estilo de vida de un individuo en cualquier ubicación dada y permite la comparación directa entre ubicaciones.”

Pero ¿en qué individuo están pensando? ¿Cuál es su raza? ¿Y su género? ¿Es una persona de la tercera edad?

El afán por cuantificar lo cualitativo no es más que la vieja y conocida búsqueda de objetividad. Si bien existe una tendencia global por homogeneizar las culturas, entendiendo como horizonte los ideales europeos o estadounidenses, ¿se puede hablar de objetividad cuando hablamos de modos de vida? Y peor aún, ¿podemos pensar en un sujeto universal?

¿Por qué este tipo de informes tienen tanta trascendencia a nivel mundial?

El interés del ser humano por clasificar y jerarquizar existió desde siempre. El poema de Hesíodo, “Trabajos y días” (700 a.C.) podría tomarse como una de los primeros registros de clasificaciones. El poeta griego expone las Edades en las que vivió el ser humano, desde la Edad de Oro en convivencia con los Dioses, hasta la Edad de Hierro pasando por la Edad de Plata, Bronce y la de los Héroes. Cada una se corresponde con un modo de vida entendiendo como el mejor al modo en que se vivía en la Edad de Oro donde no había que trabajar y todo era bailar, comer y reír; y el peor al que se corresponde con la Edad de Hierro, donde reinaba la injusticia y la traición.

La pregunta por la mejor ciudad para vivir es una pregunta disciplinadora, normativizadora. Y, tras los informes de esta agencias internacionales hay un claro posicionamiento sobre cuáles deberían ser los aspectos más importantes para nuestra vida. El primer filtro pasa desapercibido. De las alrededor de 500.000 ciudades que existen en el mundo, solo se estudia el 0.0346%.

Algo similar ocurre con los rankings de las mejores universidades. De 20.000 universidades que existen, se analizan, aproximadamente unas 3.500 de ellas, comentan Crisci y Apodaca (2017). En ese mismo artículo publicado en la Revista del Museo de La Plata, se menciona el efecto San Mateo que produce este tipo de relevamiento. “Porque, al que tiene, le será dado y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.”, dice el Evangelio según San Mateo. Al igual que con las universidades, el uso del prestigio como herramienta de evaluación, favorece a las ciudades más importantes y populares por sus dotes turísticos o económicos.

La réplica de estas métricas en los múltiples medios de comunicación colabora con el sentido de cómo “debe ser” una ciudad para “vivir bien”. La excusa de la pretendida objetividad instala que determinadas ciudades europeas, productivas y seguras son el ejemplo de ciudad perfecta al que todas deberían aspirar independientemente de sus contextos y tradiciones.

Es importante considerar que la perspectiva que subyace a estos abordajes, responde a un concepto de desarrollo ligado a un modelo que tiene como eje el crecimiento económico, la explotación de la naturaleza, el mercado, el consumo y el progreso lineal.

¿Qué es vivir bien? ¿Quién dice qué es vivir bien? O, ¿hay una única respuesta a la pregunta por el buen vivir?

Para el biólogo uruguayo, Eduardo Gudynas, el buen vivir propuesto por los pueblos del Abya Yala, es un concepto en construcción que se adapta a cada circunstancia social y ambiental.

Una de las denominaciones más conocidas de la cosmología andina es Sumak Kawsay que se traduce como “buen vivir”, pero debería traducirse como vivir en completa armonía con la naturaleza, entendiendo a los seres humanos como parte de ella, y a la naturaleza como sujeto de derechos. Se trata de una noción que aporta una mirada diferente y, sobre todo, crítica, fundamentalmente respecto de la idea de desarrollo convencional. Aunque con diferencias y algunas polémicas, las constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009), incorporan esta idea, y es un signo del crecimiento de la actividad del pueblo indígena en los Estados. Al tratarse de un concepto abierto y en desarrollo, los atributos con los que cuenta el buen vivir varían de acuerdo a sus contextos.

Detrás de este formato de informe existe una insistencia en la homogeneización de las ciudades, por lo tanto de las sociedades. En relación a esa histórica imposición, la socióloga y activista boliviana Silvia Rivera Cusicanqui habla de hacer comunidad en contextos urbanos y aporta el concepto ch’ixi del aymara, para referir a lo manchado, eso que de lejos se ve de un color pero en realidad es la convivencia de dos colores opuestos. Una defensa de lo heterogéneo, de la diversidad que fue borrada por el concepto de mestizaje, y una superación del individualismo.

Si el estudio sobre la habitabilidad de las ciudades se realizara desde esta perspectiva, las categorías podrían ser: circulación de saberes tradicionales; valoración de la Naturaleza; y conservación de la biodiversidad. Cabe aclarar que la idea de un ranking global desde esta perspectiva es profundamente contradictoria, pero vale el ejercicio para incorporar estas categorías descolonizadoras. 

En resumen, este pensamiento rechaza al antropocentrismo que pone al crecimiento económico y el consumo material como las variables  que influyen en la calidad de vida de las sociedades y propone un horizonte utópico. Gudynas sugiere el concepto de plataforma para comprender la noción de buen vivir. De esta manera se mantiene el espíritu de ruptura con lo moderno europeo que admite tanta diversidad como sea posible (“buenos vivires”), porque, en definitiva, se trata de un concepto tan vivo como complejo.

Mientras la vida urbana sigue creciendo y ya supera el 50%, resulta muy difícil pensar que las ciudades tiendan a una estandarización. Más bien todo lo contrario. Cada vez son más las culturas que convergen.

Los distintos rankings que miden la calidad de vida en las ciudades son una herramienta nada despreciable para conocer ciertos aspectos de la vida actual en las ciudades más importantes del mundo. Pero es importante advertir no sólo su sesgo sino su carácter normativo.


Julieta Nava

Comunicadora (FPyCS Universidad de La Plata). Gestora cultural. Feminista

Creative Commons CC BY-ND 4.0

3 Comentarios

  1. Alba costa

    Muy acertada visión de lo que es un ranking y lo que debería ser. Sin duda no nos podemos despegar de la subjetividad de valorar una ciudad, un entorno. Cada persona la verá diferente, más allá de las comodidades con las que nos encontremos.

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    • Alda

      7muy bueno el articulo.el desarrollo plantea la importancia de.una mirada subjetiva de las personas que perciben vivir bien,. No centrada en valores consumo,ysrandares de vida.muy interesante,un pla teo renovador. Felicitaciones

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  2. Betina

    Excelente artículo! Las normas las ponen los países que arman el ranking y que seguramente se colocan entre los primeros en el podio, lo que atraerá el turismo y el poder económico. Tener la posibilidad de «otra mirada» para ver lo invisibilizado es uno de los aportes más significativos de este trabajo de investigación

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