“Aquí cada ser posee su lugar y su papel”
Etienne Souriau, “El sentido artístico de los animales”
Ante todo, situarme, manifestarme como una voz que opina sobre la crisis ambiental, aun sin tener título formal, militancia extensa ni conocimientos rigurosos. En otras palabras ¿puede una persona común, habitante de una ciudad cuadrada, expresar lo que siente y piensa con la expectativa de ser escuchada? Digo que sí, al fin y al cabo somos la mayoría, somos los y las que estamos en el territorio, quienes vivimos hoy por hoy en este sistema, de cara al ansia de destrucción y la codicia de los intereses mercantilistas que subyacen a casi todas las políticas públicas y privadas. Y si en adelante uso el plural no es porque quiera generalizar ni hacer afirmaciones con pretensiones de verdades comprobadas, sino para incluir a quienes, aun en las diferencias, comparten visiones similares.
“Si ´guerra´ tiene un antónimo, quizá sea ´jardines´”
Rebecca Solnit, “Las rosas de Orwell”
Entonces cabría reformular la pregunta: ¿qué podemos hacer nosotros, mujeres y hombres comunes que habitamos en una gran ciudad planificada hace más de un siglo, o en sus alrededores todavía rurales o poco urbanizados cuando sentimos que estamos bajo amenaza de vivir cada vez peor? Peor significa, a los fines de este texto, con mayor desconexión de las cosas que nos hacen bien. Las cosas que nos hacen bien, a los fines de este texto, tienen que ver con la pulsión de vida, con la vivencia armónica del tiempo, con la belleza, con el amor, con el placer. Lo decimos así, de una, sin vergüenza. Sería todo lo opuesto a las pedagogías de la crueldad, la devastación y la muerte que impulsa el sistema en el que estamos inmersos.
“Así podemos sentir dolor-indignación-esperanza
y motivar nuestro accionar, pero también podemos
entrar en un bucle de dolor-miedo-desesperanza,
lo que aletarga nuestra respuesta política”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
Por supuesto, frente a esa pregunta del título no tenemos una respuesta asertiva, pero sí curiosidad e invitaciones. ¿Por qué las noticias sobre la destrucción de la tierra nos resultan tan impactantes y a la vez nos movilizan tan poco? O, mejor dicho, lo que movilizan es un conjunto de sensaciones que se asocian más con la tristeza y el desánimo que con la fuerza para accionar. Nos angustian pero nos generan impotencia. Quizá logren domesticar alguna voluntad, cambiar un hábito, pero si es un hábito individual difícilmente tenga efectos expansivos.
Las fotos que recorren las redes, un mar lleno de plásticos y basura, un oso polar haciendo equilibrio sobre un trozo de hielo, una multitud de delfines muertos en un río amazónico, giran ante nuestra vista como un torbellino en el cielo virtual sin anclaje ni peso específico en nuestra pequeña realidad (nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro hábitat cotidiano). ¿Quién las publica? ¿De dónde son? ¿Son verdaderas? ¿Qué podemos hacer nosotros ante un daño tan inmenso y tan alejado de nuestra escala de acción?
“No le corresponde a un abuelo ni a un filósofo anunciar el fin del mundo”
Bruno Latour, “Cómo habitar la tierra”
Pensemos en nuestros niños y niñas. ¿Se les puede pedir que tengan hábitos de consumo amigables con el ambiente, que contribuyan al cuidado de nuestro entorno con el famoso “granito de arena” (no tirar el papelito en la calle) sin ofrecerles más motivación que la amenaza ominosa que pesa sobre el planeta? Es más, sin que ni siquiera podamos asegurarles, en forma de experiencia concreta para ellos, que sus actos contribuirán a que esa mariposa celeste de vuelo ondulante no se extinga, ese arroyo donde pescan no se contamine con agrotóxicos, o ese monte que visitan en verano sobreviva al próximo emprendimiento inmobiliario.
Biblioteca El Humedal de Ignacio Correas, encuentro en el Arroyo El Pescado
¿Se le puede decir a una niña o un niño que el mundo está por acabarse? Por mi parte me niego. Siento que no tengo derecho. Me resisto a generar semejante angustia sin a la vez proponer una salida, un espacio de disfrute que compense tanta desazón.
Que se entienda, no es que niegue el cambio climático, la emisión de gases de efecto invernadero, la deforestación de los grandes bosques y selvas, ni la presencia de microplásticos en los alimentos. Sencillamente pienso que esas son cuestiones que exceden nuestra capacidad de acción, y que por esto mismo contribuyen a generar, en forma intencionada o no, una sensación de impotencia que nos resta energía. Entonces prefiero dejar en suspenso un modo (éste) de acercamiento al cuidado del ambiente que se vale de la amenaza apocalíptica y la puesta en agenda de las grandes problemáticas globales.
“La belleza, sugiere Mandoki, es la forma como se autoorganiza la vida”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
Y a la vez, coexistiendo con estas noticias dantescas, si salimos a pasear por las calles de nuestra ciudad, por los caminos rurales de nuestra provincia o por las rutas argentinas hasta el fin, la belleza que encontramos a cada paso nos deja atónitos.
Desde esa abeja que se mete de cabeza en la campánula rosada de la bignonia que crece en la esquina de casa hasta ese glaciar gigantesco que cruje y gruñe como si fuera un animal prehistórico desde el sur del continente.
Vecinas autoconvocadas por el Humedal Urbano Génova, mural.
¿Cómo se concilia ese derroche de belleza que nos vitaliza y emociona en un segundo, con esa amenaza apocalíptica que nos saca energía y contamina nuestra visión del mundo, al punto de que a veces no podemos mirar un paisaje hermoso sin sentirnos culpables de su eventual destrucción?
“…en medio de la destrucción, despertar nuestra actividad deseante hacia la vida”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
Evidentemente hay dos fuerzas ahí, una que opera como pulsión de vida y otra como pulsión de muerte. Una que nos arraiga al territorio, nos genera amor, nos impulsa a seguir. Otra que nos desanima, nos hace perder confianza en las personas, nos paraliza.
Paisajes Anfibios: Pensar la ciudad desde la naturaleza. Charla abierta de Daniela Rotger en la Biblioteca El Humedal de Ignacio Correas y Asamblea Cuidemos Correas. Foto: Agostina Dominella
Frente a esta disyuntiva podemos elegir estratégicamente (que no es lo mismo que romántica o ingenuamente) y decantarnos por la pulsión de vida, la que nos trae placer, disfrute, belleza.
Es que en este recorrido resultaría difícil encontrar la potencia para la acción si estuviéramos continuamente sumidos en la angustia, la crítica, la culpa. No estamos a la par de quienes ven al mundo como un mercado donde todo se compra y se vende.
Tampoco se trata de imponernos reglas y conductas como si fueran parte de una moral o un código de leyes que tenemos que cumplir. Nada que me impulse menos que ese tipo de mandatos. Probablemente muevan mi voluntad, pero no mi deseo, y menos mi deseo de vida.
Porque el imperativo de destrucción, la crueldad normalizada, la mirada impiadosa sobre el resto del mundo viene atada al deseo de muerte (que no nos extrañe, el hombre lucha por su esclavitud como si fuera por su libertad, decía Spinoza en el siglo XVII).
Y el deseo de muerte no puede contrarrestarse por la mera voluntad de vida sino por el deseo de vida.
“Aquello que llamamos ´ambiente´, es una maraña de senderos o hilos entrelazados”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
En el bordado ¿cómo pasa el hilo suelto a formar parte de una trama? Puntada tras puntada el hilo se sujeta a un sostén, tela, paño, tierra, y se integra en un diseño, dibujo, paisaje.
¿Cuál sería esa puntada indolora, vamos a decir ese toque, esa llamada, que aferra nuestro hilo vital a un lugar? ¿Por qué de pronto pasa a ser nuestro lugar, nuestro arroyo, nuestro humedal urbano, nuestro parque recreativo, nuestro jacarandá de la plazoleta, nuestro bichofeo madrugador, y sentimos un ansia loca de cuidarlos y defenderlos?
Expedición Urbana de Proyecto Arbórea. Foto: Walter Guzmán
No es por la sanción que impone la ley, no es el remordimiento de la culpa, no es el miedo a la pérdida el motor primero. Es el amor. Un amor que ha ido creciendo, puntada tras puntada a través de los sentidos. No es un amor abstracto al planeta, a los animales, a las plantas, a los mares del mundo.
“El territorio es el que inventa los ojos que son capaces de verlo”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
Porque no es un amor sin afectación del cuerpo. Es el cuerpo tocado por el territorio próximo, punzado amorosamente por la vida de cercanía, sensibilizado por la belleza.
Claro, como en cualquier tipo de amor se necesita apertura, disponibilidad, disposición a dejarse conmover.
Pero una vez que eso sucede es posible que todo lo demás lo ponga el territorio, así de fácil.
Una vez que nuestros ojos se abren, nuestras narinas se dilatan, nuestros oídos se alertan, nuestra piel se expande y nuestro paladar se afina, el territorio entra en el cuerpo como una marea. Podemos pasar cien veces delante de un árbol sin verlo, pero el día que lo vemos ya no podemos dejar de verlo más.
“Cuando un pájaro habita un territorio está completamente habitado por él”
Vinciane Despret, “Habitar como un pájaro”
O quizá somos nosotros que por fin volvemos a ser parte de ese lugar del que nunca debimos habernos ido. ¿Por qué volver? Porque nos hace bien, nos permite vivir mejor, porque aprendemos qué es lo bello que nos hace bien.
Charla y caminata por la cuenca baja del Arroyo El Pescado con Julio Milat. Foto: Walter Guzmán
El territorio es un hervidero de señales y siempre lo ha sido. No hace falta ser antropólogo ni historiadora para comprender que si los seres humanos no hubiéramos estado atentos a las señales del territorio no hubiéramos sobrevivido millones de años. Para caminar, cazar, pescar, sembrar, tomar agua, huir, construir, vestir, navegar, reproducirnos y todas las acciones humanas que nos han hecho llegar hasta aquí, incluidas las culturales, hizo falta una escucha atenta de lo que la tierra tenía para decirnos.
“Las sociedades modernas que han perdido la facultad
de tener noción de su gasto energético y el impacto que generan sus hábitos de consumo”
Omar Giraldo e Ingrid Toro, “Afectividad ambiental”
Pero en la medida en que los pueblos se fueron convirtiendo en grandes ciudades y las grandes ciudades fueron alcanzadas por la globalización y la hipertecnologización, la proximidad con el territorio natural fue reduciéndose, y con ello la percepción de lo que nos hacía bien y nos hacía mal, de lo que nos facilitaba o dificultaba nuestra propia supervivencia. Ese conocimiento no es útil para el capitalismo porque genera apego y dependencia del propio territorio y entonces resulta más difícil entrar en él y saquearlo. También fuimos tomando cada vez más distancia de la forma en que se hacían las cosas (la propia comida, un par de zapatos, una casa) y de la huella ambiental que genera nuestro consumo. Claro, la cadena de intermediación y la falta de conciencia habilitan mayores negocios y ganancias.
“El propio acto de describir configura geografías”
Perla Zusman, “La descripción en geografía, un método, una trama”
Nos han desterritorializado, al punto que si tuviéramos que describir nuestro entorno es posible que nos viéramos en dificultades. Cómo se llama ese árbol que crece en la vereda, para dónde tengo que orientar las ventanas si voy a construir, a qué hora tengo sol en el patio en invierno, en qué época del año crecen los tomates, qué hora es sin mirar el reloj, de dónde sopla el viento que viene del río, cada cuánto hay luna llena, cuándo sube o baja la marea, donde queda el norte o el sur, cuantos arroyos atraviesan nuestra ciudad (no los veo, están entubados), cuáles son las zonas bajas y las altas de mi barrio, cuál es la época de lluvias en mi región, de dónde sale el sol y a qué hora, cuáles son las plantas nativas en las calles, cuándo florecen, qué aroma tienen, cuál es el pájaro que me despierta a la mañana, cómo canta el hornero y así podríamos seguir, e incluir también en ese relato, que me sitúa en un paisaje determinado, todo lo que ignoramos de la historia de nuestro territorio y de nuestro patrimonio cultural.
Sumergida colectiva con Gabriela Cabezón, Cámara organizada por Arquitectura Rioplatense. Foto: Pablo Bongiovani
Habitar el territorio no es necesariamente regresar de la ciudad al campo, a lo que hemos llamado naturaleza, como si no perteneciéramos a ella, tampoco tener una casa de fin de semana en las afueras, si esto fuera posible. Es agudizar la percepción frente a las múltiples señales que aun nos da el territorio, es decir, el lugar donde vivimos, nuestro ambiente. Las alertas de vida aparecen por los intersticios en los sitios más inhóspitos. Si el capitalismo es intersticial, también la vida lo es. Volver a entender el lenguaje de la tierra. Seres más sensibles no son seres más vulnerables. Al contrario, son seres que pueden distinguir entre lo que les hace bien y lo que les hace mal.
Jornada sobre el Arroyo El Pescado en el Jardín de infantes de Ignacio Correas
“Hay que tratar cuidadosamente lo bello”
Byung-Chul Han, “Loa a la tierra. Un viaje al jardín”
La influencia de la estética del ambiente sobre nuestros cuerpos, esa sensibilidad que nos genera, esa pasión alegre, esas ganas de vida, se traduce en una ética. Es la ética del cuidado. En el Derecho es un principio fundante, que se expresa con la máxima “no dañar al otro”. El movimiento feminista ha visibilizado y puesto en valor esta función que hasta ahora era considerada subalterna. En el contexto ambiental lo entendemos en su faceta positiva, como las acciones que buscan defender, proteger, preservar, conservar, todas las formas, orgánicas e inorgánicas, humanas y no humanas, que albergan vida, que son parte de los ciclos naturales, de la trama que tejen todas las existencias sobre la tierra. No es un decálogo de mandatos morales, ni una lista implantada de deseos ajenos, es la potencia del propio cuerpo afectado por el territorio y puesto frente al dilema de cuidar o destruir.
“Permeabilidad es la palabra clave: en este mundo todo está en todo”
Emanuele Coccia, “La vida de las plantas”
Habitar nuestro territorio, crear lazos afectivos, ser parte, trama, red, nudo, sendero, uno entre otros. Alimentar el deseo vital, aproximarse. Dejarse guiar por lo bello, los aromas, colores, formas, texturas, sabores que nos ofrece nuestra cuadra, barrio, ciudad, parque, campo, arroyo, río, humedal. No es una visión romantizada de la vida, es un modo de disputar hegemonía a los mensajeros de la crueldad, la devastación y la muerte. Un modo que, mientras tanto, no nos deja tirados en el camino, exhaustos y desesperanzadas, sino que nos alimenta de energía y nos estimula a seguir.
“…la pequeña escala es aquello de lo que el mundo está hecho”
Bruno Latour, “Cómo habitar la Tierra”
La hegemonía se disputa en muchos niveles que no son excluyentes, éste que se propone aquí es el de las personas comunes, en el territorio concreto, en tiempo real. Frente a la urgencia y la ansiedad extractivista, no son las asociaciones en defensa del árbol las que van a detener al tercerizado municipal que viene a mutilar la planta, sino el vecino que la tiene en su vereda. No son las organizaciones ambientalistas las que van a salir a oponerse a la apertura de calles en el humedal, sino los habitantes del barrio próximo que están alertas. No son las entidades protectoras de animales las que van a visibilizar la caza de patos en el arroyo, sino la madre y el padre que salieron a caminar con su hija por los senderos. Como ésta, muchísima gente está trabajando por la vida y cuidando nuestro ambiente a través del arte, el juego, la lectura, la música, la fotografía, las intervenciones performáticas, la divulgación, la docencia, la formación, los paseos, el encuentro festivo en el territorio. Que no se vea o no se conozca es también parte de la trampa que nos tiende el sistema para hacernos creer que a nadie le importa y que nadie hace nada. Pero no es así, lo cierto es que las personas estamos ahí, reunidas colectivamente, situadas, en acción, interviniendo en la pequeña escala local, pero con la convicción de que contribuimos a la potencia de una misma e infinita trama.
Habitantes del Arroyo El Pescado y Casa Río Lab en Somos Cuenca. Foto: Walter Guzmán
Bibliografía:
PERLA ZUSMAN, “La descripción en geografía. Un método, una trama” (https://www.academia.edu/30409819/La_descripci%C3%B3n_en_Geograf%C3%ADa_Un_m%C3%A9todo_una_trama)
OMAR GIRALDO E INGRID TORO, «Afectividad ambiental», Ed. Ecosur, Universidad Veracruzana, 2020 (https://www.ecosur.mx/masificacion-agroecologia/descarga-el-libro-afectividad-ambiental-sensibilidad-empatia-esteticas-del-habitar/)
VINCIANE DESPRET, «Habitar como un pájaro», Ed. Cactus, 2022
REBECA SOLNIT, «Las rosas de Orwell”, Ed. Lumen, 2022
BYUNG-CHUL HAN, «Loa a la tierra. Un viaje al jardín», Ed. Herder, 2021
EMANUELE COCCIA, «La vida de las plantas», Ed. Miño y Dávila, 2017
ETIENNE SOURIAU, «El sentido artístico de los animales», Ed. Cactus, 2022
BRUNO LATOUR, “Cómo habitar la tierra”, Siglo Veintiuno, 2023
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