Hace casi dos meses los incendios forestales en la provincia de Córdoba fueron una postal recurrente en los canales de televisión. Semanas en que el aire se convirtió en una bola de humo que no dejaba ver, hasta que las primeras gotas primaverales cayeron apaciguando a la tierra caliente. Las precipitaciones comenzaron y ahora, el agua se resbala desde lo alto de la montaña lastimada. ¿Qué pasa con los bosques quemados después de las lluvias?
El Valle de Punilla, en el norte de la provincia de Córdoba, está recuperando el color.
Parches verdes afloran entre las laderas de la montaña, la piel lastimada de los cerros se extiende en los bordes de la Ruta Nacional 38. Según los datos de la Comisión Nacional de Actividades Especiales (CONAE), las hectáreas incendiadas en la provincia de Córdoba fueron 76.921, siendo las localidades de San Esteban, Los Cocos y Capilla del Monte, las más afectadas. En esta región se quemaron 42.030 ha.
Hectáreas quemadas Córdoba y San Luis // Fuente CONAE
El camino adentro de la montaña es irregular. Aún quedan los senderos pedregosos para guiarse entre los árboles sombreados por el fuego. La vista ahora está despejada, y desde el corazón de los cerros en Capilla del Monte -en medio del Overo y Las Gemelas-, la panorámica se expande como un abanico ajeado que muestra su desgaste.
Las cicatrices de la tierra están abiertas y las recientes lluvias se hicieron un caudal de agua, barro, cenizas y piedras. La montaña lastimada se deshizo y por el centro urbano las calles se inundaron mientras la bruma que respiraba desde abajo subía a la superficie nublando la ciudad: la tierra aún está caliente.
Arriba la mecha encendida que rodeó a los cerros hace dos meses, es una cicatriz oscura que bordea el pellejo del paisaje. Nos detenemos. Lo observamos con una paciencia silenciosa que se interrumpe con la respiración agitada de una cuesta arriba que zigzaguea entre los tacones de los troncos quemados.
“Cuando observamos el monte nativo, lo que vemos es el vuelo: las copas, las
ramas, las hojas y todo lo que implica, lo acompaña en el estrato arbóreo, arbustivo, herbáceo, las enredaderas”, comienza Natalia de Luca, Ingeniera Forestal, integrante de la mesa técnica de la Coordinadora en Defensa del Bosque Nativo (CoDeBoNa).
El paisaje se parte en dos. Al ras de nuestra mirada, afloran brotes verdes entre rocas y
ramas quemadas. Retamas, helechos, pastos, hojas nuevas que imponen un color en el
entorno apocalíptico que tiñeron los fuegos. Por debajo, toda una vida imperceptible
sostiene la estructura de arriba: raíces y microorganismos, un mundo subterráneo invisible que respira más allá de la corteza de la tierra.
Retama pos incendio // Foto: Eugenia Marengo
“Para el caso de los montes adaptados a los climas semiáridos, las raíces tienen una
proporción de 3 a 5 veces más desarrollada que la porción aérea”, expone Natalia
describiendo todo ese mundo subterráneo que después de un incendio también puede llegar a sufrir. “Ese conjunto de biomasa aérea y subterránea, es lo que está permitiendo el funcionamiento equilibrado de las cuencas hídricas”, agrega y explica que cuando
desaparece la porción aérea, durante las lluvias -y sobre todo si son torrenciales-, sucede que el agua en lugar de penetrar, escurre: “no encuentra las copas, las ramas, las hojas, todo lo que frenaba en principio la velocidad de las precipitaciones”.
“En un metro cuadrado de suelo y hasta los 30 centímetros de profundidad pueden vivir
unos 1.500 millones de protozoarios (microorganismos)”, dice en un reciente informe el
biólogo Raúl Montenegro y detalla: «120 millones de nematodos (gusanos), 440.000
colémbolos (insectos), 400.000 ácaros, 3.000 ciempiés y milpiés, 500 hormigas, y muchas poblaciones de organismos. El fuego, los desmontes y la contaminación derrumban esa biodiversidad”, asegura en un extenso escrito crítico con respecto a las políticas ambientales de la provincia. “Sin la vegetación nativa, y con la biodiversidad total muy afectada, el ambiente deja de fabricar suelo”, dice y advierte entre un listado de 36 problemas principales, que el gobierno de Córdoba no ha elaborado mapas ni listados completos de la biodiversidad existente en el territorio.
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Hay un silencio que perturba. El monte no cruje como durante el invierno seco, es un
silencio triste que absorbe la superficie. Las precipitaciones también pueden ser en forma de nube, comenta Natalia, y cuando ésta choca la masa boscosa, puede precipitar. Ahí el silencio del monte se convierte en un lenguaje vital: “ese es un trabajo silencioso que hace el bosque para permitir la infiltración del agua cuando hay humedad ambiente, también ahí el bosque sigue trabajando”.
Cerro Overo Capilla del Monte pos incendio // Foto Eugenia Marengo
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En Córdoba solo queda un 4% de ambiente de bosque nativo en buen estado de
conservación -asegura el biólogo Montenegro-, y sentencia: “va quedando una
biodiversidad empobrecida como parte de su tragedia ecológica”.
El paisaje de lo que queda se siente como pisar una superficie lunar, un gris inerte de
película futurista que dejó la vida en otra era. Un ecosistema de pastizal puede tardar cuatro años en recuperarse, pero el Monte Chaqueño, para volver hacer un bosque sano, tiene ciclos de hasta ochenta.
Las causas de los incendios forestales son un círculo que abarca desde el negocio
inmobiliario, la ganadería, los basurales a cielo abierto, los negocios extractivistas, hasta un cableado eléctrico en mal estado. Este año se sumó el mal uso de la herramienta de contra fuegos por parte del el Equipo Técnico de Acción ante Catástrofes de Córdoba (ETAC). Sin embargo, la utilización de esta técnica -frenar el fuego con un frente de otro fuego-, en condiciones climáticas adversas, más de 30°grados de temperatura, viento a más de 30 km por hora, o menos de 30% de humedad, favorece la propagación de un incendio.
En casi todas las razones que inciden en los incendios forestales, la necesidad del desmonte -incluso en muchas zonas protegidas por la Ley Provincial 9.814 de Ordenamiento Territorial de Bosque Nativo- es un factor común que se hilvana en el entramado del modelo capitalista que avanza sin dar tregua a la vida. En otras, la idea de ganar más a costa de precarizar todo lo posible.
El mapa de los fuegos en este 2024 avanzó sobre los bosques que en el año 2020 no se
habían quemado. El paisaje se corta en parches de monte nativo que sobrevive a merced de la orientación del viento. Para Melisa Geisa, Doctora en Ciencias Biológicas,
investigadora, docente y apicultura de San Marcos Sierras, hay daños que ya son irreversibles: “el bosque serrano de la región chaqueña de Córdoba, está desapareciendo”.
La recuperación del monte sucede naturalmente, es un proceso que se denomina sucesión ecológica secundaria. Sin embargo, “cuando al ecosistema se lo somete a nuevos disturbios o presiones (sobrepastoreo, fuego, topadora, motoguadaña, extracciones, presencia de especies exóticas invasoras, apertura de caminos, loteos, minería), en vez de regenerarse, comienza a degradarse”, dice Natalia.
Foto: Agustín Fontaine
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Volvemos a la montaña. Entre las ramas tortuosas de lo que fue un monte maduro, las gotas de agua rebotan sobre la tierra, tratan de atravesar la primera capa del suelo que se extiende como un manto grisáceo, una reminiscencia -quizás- a la existencia más prístina de la tierra.
“Cuando desaparece la porción aérea, -continúa Natalia- el agua de lluvia impacta
directamente en el suelo, y si es con mucha presión, lo que hace es planchar el suelo y
genera una capa como una costra que hace que el agua se deslice como un tobogán”.
Barrio Valenti vecinos realizan muralla de arena para contener las lluvias // Foto: Eugenia Marengo
Así, en poco tiempo el agua se acumuló en las zonas más bajas, y generó grandes
crecientes. En el barrio Valenti de Capilla del Monte, vecinos y vecinas cuyas casas habían sido rodeadas por los incendios de hace dos meses, se inundaron. “Todo se vuelve a extremar”, dice la bióloga, especialista en cambio climático, Cecilia Diminich. «En Córdoba vamos a tener olas de calor más largas y frecuentes, con eventos de sequía más profundos y los inviernos más crudos”.
En este contexto global de cambio climático, la importancia de la planificación y la
prevención pre y pos incendio a escala local, es esencial. En la región del Chaco Serrano, a la falta de agua que precedía a los incendios, sucedió que los diques también se utilizaron para apagar los fuegos. “Los reservorios de agua van a quedar con muy escasa cantidad para los próximos meses. Sumado a eso, se están quemando los bosques de las cuencas hídricas, que son las esponjas para poder tener agua durante el año que viene”, dice Melisa.
La lluvia se va y deja detrás un camino de sedimentos arrastrados que hay debajo del suelo quemado. “Hay una capa de cenizas que potencia esa situación de escurrimiento superficial, y termina lavando el poco suelo que queda. En el caso de las sierras puede quedar la piedra expuesta: miles de años de evolución del suelo se van en poquitas horas”, expresa Natalia. A su vez, al no penetrar el agua en profundidad, puede suceder que en el mediano plazo, “las vertientes se sequen porque no tienen posibilidades de re carga”.
Incendios Capilla del Monte // Foto: Eugenia Marengo
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Córdoba es una de las provincias argentinas más deforestadas en el transcurso de la historia reciente. Las causas tienen una vinculación directa con el corrimiento de la frontera agropecuaria, basado en un modelo de producción agroindustrial que se sostiene con el paquete tecnológico: agroquímicos más semillas de origen transgénico. Esta característica, implicó que otras prácticas como la cría de animales se desplazaran hacia el norte y noroeste de la provincia.
“Córdoba es la provincia donde los fuegos dejan marcas que perduran por décadas y siglos. Sin embargo, gobierno y buena parte de la sociedad parecieran creer que las sierras y otros ambientes quemados empiezan de cero cada año, como si todos los efectos de incendios pasados ya hubieran sido cicatrizados ecológicamente. Esto no es cierto, los impactos se acumulan”, dice el biólogo Raúl Montenegro en dicho informe.
Según los datos sobre incendios recopilados por el grupo de investigación del Instituto
Gulich, dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba y la Comisión Nacional de
Actividades Espaciales (CONAE), a comienzos del siglo XX, Córdoba poseía 12 millones
de hectáreas de bosques nativos originales. “Para 2012 quedaban sólo 594 mil hectáreas, que ascienden a casi dos millones si se contemplan otros tipos de vegetación”, explican desde unciencia.unc.edu.ar. Y como dato histórico, entre los años 1998 y 2002, Córdoba alcanzó niveles de deforestación comparable con los máximos mundiales: “mientras que entre 2002 y 2006, esos índices se ubicaron entre los más altos de Argentina”.
En la cronología de los incendios, entre 1998 y el año 2005, describe Montenegro, el total sumado de área quemada superó las 2.200.000 hectáreas. La segunda cifra más alta fue en el año 2020, con 320 mil, pero con una pérdida de monte progresivo, ante el cambio en los usos del suelo y del paisaje, como consecuencia del avance de loteos inmobiliarios y el agronegocio. En 1987 había alrededor de tres millones de hectáreas de monte nativo, para el 2020 menos de seiscientas mil. Entre el año 2010 y el 2024 se perdieron un total de 800.000 hectáreas. “¿Cómo puede esperarse que los ambientes nativos de sierras y llanuras se recuperen, si continúan los incendios y los desmontes?, ya no queda margen”, enfatiza Montenegro.
Inicios Capilla del Monte // Foto: Eugenia Marengo
Este año la pérdida de hectáreas en la provincia cordobesa fue menor, pero la tierra
acumula el daño y la lenta recuperación de los fuegos anteriores. De modo que, la
conservación de las zonas rojas de monte nativo, dicen los especialistas, es fundamental y cada metro cuadrado de bosque perdido, debe ser recuperado.
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El territorio herido atraviesa la vida de todo un ecosistema que es clave para el equilibrio de la existencia. Entre las poblaciones afectadas del norte cordobés, se siente aún a la tristeza como un espejo que mira a la montaña desnuda. El agua necesita que la tierra sane. Los ciclos son largos, pero la naturaleza brota en verdes y amarillos, se abre de nuevo y quiebra la superficie dura: “una zona que no había sido antes quemada, tiene un riesgo mayor de volverse a incendiar”, dice Natalia y se escucha -apenas- el susurro de un roce moviendo las ramas carbonizadas, como un reflejo natural que le devuelve al árbol el sentido de lo que fue.
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Alias: maria.222.marengo.mp
Foto de portada: Agustín Fontaine.
Soy licenciado en ciencias ambientales, de la universidad nacional de Avellaneda, el artículo excelente claro y directo, pero; no solo podemos depender del estado, hay que concientizar a los vecinos, a los niños en las escuelas, plazas para comprendan el poder destructivo del fuego y con que herramientas se puede mitigar. No dependemos más de la naturaleza y su poder de regeracion; nuestro deber como habitantes del planeta es no solo culpar es intervenir y solucionar. Besos.